A POR EL PERDÓN
No
hace mucho, en una guagua, iban un abuelo y un nieto. Ambos se dirigían por
primera vez al colegio del nieto. «y si algún niño te pega, tú devuélvesela y,
si puedes, más fuerte». Creo que no era el momento ni el lugar para iniciar un
debate respecto a la educación que estaba recibiendo el niño por parte de su
abuelo, pero sí pensé que si desde pequeños se inculca ese modo de actuar, no
es de extrañar la crispación y la violencia estén cada vez más presentes en
nuestras vidas.
Es
muy común decir que ser cristiano es ir contracorriente, pero al escuchar el
evangelio de hoy esto se nota de un modo más patente. Las indicaciones que
Jesús da a sus discípulos chocan frontalmente con el modo común de pensamiento:
amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les odian, bendigan a los que les
maldicen, al que les pegue en una mejilla, presentenle la otra... Por mucho que
nos empeñemos, este modo de obrar no es el que sale normalmente de nosotros,
más bien lo contrario.
Sin
embargo, también sabemos que ese modo de obrar sólo conduce a perpetuar el mal
y lo único que se consigue es hacer que las cosas vayan cada vez peor. Sentimos
que sería necesario cortar por algún sitio, pero no sabemos cómo hacerlo, y
también nos faltan las fuerzas necesarias para ello.
Por
eso, también el Señor nos da la clave para empezar a cortar esa dinámica de la
violencia. No se trata de hacer un esfuerzo casi sobrehumano de contención y
represión, sino de seguir un proceso, que tiene dos fases. La primera es
«traten a los demás como queramos que nos traten a nosottos, pues con la medida
que midiéremos, se nos medirá a nosotros». Y esto ya lo entendemos mejor,
porque nos hace poner la mirada en nosotros mismos: ¿cómo me gusta que me
traten los demás?,¿con educación, respeto, comprensión, paciencia...? Pues para
seguir las indicaciones de Jesús he de ser yo el que trate a los demás con
educación, paciencia, respeto, comprensión, empezando por los temas más
cotidianos y por las personas más cercanas.
Y la
segunda fase de este proceso para cortar la dinámica de la violencia es: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Aquí ya ponemos a Dios
como el punto de referencia; seguimos partiendo de nosotros mismos pero vamos
más allá. ¿Cómo y en qué ocasiones ha sido Dios misericordioso conmigo?
¿Cuántas veces no me ha condenado, sino que me ha perdonado? Es esta conciencia
de la misericordia de Dios que hemos recibido la que nos dará ‘la medida’ que
debemos usar con los demás, y la fuerza necesaria para ir contracorriente, para
no juzgar ni condenar, sino perdonar y amar. Como dijo el Papa Francisco en la
Bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia (2015): «La misericordia no
es sólo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para
saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir
de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado
misericordia. El perdón de las ofensas es la expresión más evidente del amor
misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos
prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón
es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad
del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son
condiciones necesarias para vivir felices».
Cuando
Jesús habla del amor al enemigo, no está pensando en un sentimiento de afecto y
cariño hacia él, pero sí en una actitud humana de interés positivo por su bien.
Jesús piensa que la persona es humana cuando el amor está en la base de toda su
actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos ha de ser una excepción.
Quien es humano hasta el final respeta la dignidad del enemigo por muy
desfigurada que se nos pueda presentar. No adopta ante él una postura
excluyente de maldición, sino una actitud de bendición.
Y es
precisamente este amor, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos
sin excepción, la aportación más humana que puede introducir en la sociedad el
que se inspira en el evangelio de Jesús. Hay situaciones en las que este amor
al enemigo parece imposible. Estamos demasiado heridos para poder perdonar.
Necesitamos tiempo para recuperar la paz. Es el momento de recordar que también
nosotros vivimos de la paciencia y el perdón de Dios.
Hoy
te invito y me invito a pensar a quién necesito perdonar en mi vida. Igual
necesito perdonarme a mí mismo por errores del pasado. El perdón no es más que
un proceso, que lleva su tiempo.
Hasta
la próxima
Paco
Mira
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.