PERDÓN, SÍ, PERDÓN
La parábola del padre y los dos hijos, además de ser una obra maestra de la literatura, constituye el núcleo del Evangelio del Señor. Podríamos decir que esta parábola es el Evangelio del Evangelio. Si alguien nos pregunta qué es el cristianismo, el cristianismo es esta parábola"
"Lo central en el cristianismo es un Dios padre bueno, acogedor, perdonador siempre y con todos"
"La última palabra del Dios de Jesús (del cristianismo) es la compasión bondad, el perdón, la gracia. La realidad última y definitiva cristiana es la casa el Padre: la vida, la fiesta
Probablemente si hay una parábola famosa en el evangelio, es la que acabamos de escuchar. Estoy convencido que Jesús se rodeaba de personas que tenían muchos pecados, de personas que habían hecho cosas malas; que todo el mundo les miraba mal o que no se fijaban en ellos...por eso Jesús habla tanto del perdón, por eso sabe que un pecador arrepentido lo que más desea es sentirse perdonado, que alguien le diga que es buena persona, que tiene una segunda oportunidad para hacer el bien, para tener otra vida digna. Pero claro, en la sociedad de Jesús eso del perdón no estaba muy de moda. Estaban los «buenos oficiales», que en teoría nunca hacían nada malo y los pecadores o pecadoras que ya llevaban una mala fama, siermpre sin la posibilidad de perdón, siempre mirados mal.
La parábola del hijo pródigo nos pone delante de nosotros un camino. Un camino de alejamiento de la casa del Padre, aunque el deseo de marchar podría ser bueno, podría el de construir otra casa como la del Padre, pero el camino lo ha alejado de todo lo que debía ser, de toda la estimación que había tenido en casa, incluso se encuentra sin poder alimentarse.
Emprende el camino de vuelta. Es el mismo camino que lo había alejado. Tiene fuerzas para hacerlo porque está lleno del recuerdo del amor del Padre, ese amor que él hubiera querido vivir y que no ha encontrado y que caminando se le hace presente. El camino que lo había alejado, ahora lo acerca.
El pecado del hijo menor nos resulta hoy facilmente identificable en muchas personas que han abandonado su fe, pero no hemos de olvidarnos del hijo mayor, que “siempre ha estado en casa”, nosotros que siempre venimos a misa y somos de precepto y de cumplimiento dominical. El Padre respeta la opción equivocada de sus hijos con dolor, porque donde hay amor siempre hay sufrimiento. Sabe que la lejanía en la que se han situado sus hijos, les hace infelices.
El padre lo espera al final del camino, sale de la casa y se le echa al cuello y lo cubre de besos, de besos de perdón y de paz. Dios toma la iniciativa saliendo a buscarles. Y ni siquiera deja que le cuente todo lo que había aprendido, no sea que dijera algo que no procediera. Pero una vez en casa, deberá volver a aprender a ser como el Padre. Se ha completado el camino del penitente, el camino de la conversión. Ha vencido el camino del amor.
No les pide cuentas de lo que hacen, les ofrece el perdón de manera gratuita. Los dos hermanos son tratados con un amor espontáneo: al pequeño lo abrazó y el mayor también le llama hijo, le hace ver que lo importante es disfrutar de su amor, de su compañía, y que junto a él, todo lo tiene: «hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo»
Esta es la clave de todo:¡ ser como el Padre!. Demasiadas veces hemos aprovechado la parábola para hablar del hijo menor y no hemos puesto suficiente importancia en la cuestión de que cambiar significa volver a ser como el Padre, cuya imagen y semejanza hemos sido creados.
El arrepentimiento, el regreso a casa, es la medicina que causa la alegría del corazón. El retorno al hogar del Padre se da cuando reconocemos que nos equivocamos y pedimos perdón a traves del sacramento de la reconciliación.
Ojalá sepamos reconocer el don de Dios y conmovernos ante los rotos de la historia con la misma mirada y misericordia recibidas en nuestro propio peregrinaje personal. Poder escuchar los latidos de ese corazón divino que se conmueve ante nosotros y todas nuestras sombras; él que nos capacita para saber mirar a los otros, heridos y perdidos, dolientes de la historia, como verdaderos hermanos nuestros.
Hasta la próxima
Paco Mira