sábado, 23 de marzo de 2024

COMIENZA LA SEMANA GRANDE

 


COMIENZA LA SEMANA GRANDE

 

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota, se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían «si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios, permanecerá en la cruz hasta la muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres?¿ nos damos cuenta de lo que estamos diciendo’¿Qué hace Dios en una cruz?¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un Dios crucificado constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El Dios crucificado no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por así decirlo, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de este mundo.

Este Dios crucificado no permite una fe frívola y egoista en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento,el abandono, el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el Dios crucificado. Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el Dios crucificado y a abre la puerta a toda clase de manipulaciones.

En este rostro desfigurado del crucificado se nos revela un Dios sorprendente que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios. Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros Dios. No  nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados.

Cuando los cristianos levantamos los ojos hasta el rostro del crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos con detenimiento, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que lejos, o cerca de nosotros, está reclamando nuestro amor solidario.

No podemos adorar al crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria. Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús.

Hoy es Domingo de Ramos donde conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Para la gran mayoría de los que estamos aquí, esta celebración nos es conocida, lo de todos los años, con sus tradiciones y símbolos propios. El Papa Francisco, ya nos lo ha advertido que para la mayoría la semana santa sse ha convertido en unas vacaciones de primavera, sin ninguna vinculación a lo religioso o en el caso de haberlo, en una procesión folclórico-turístico que deja ganancia en el lugar de celebración, e incluso si el tiempo no ayuda, nuestro gozo en un pozo. 

Ojalá nosotros sí queramos comprender mejor el núcleo de nuestra fe, y que el misterio de la Pasión, muerte y resurrección ilumine nuestra vida para vivirla plenamente desde la fe.

 

Hasta la próxima

Paco Mira

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