¿LA VIDA SIGUE IGUAL?
Julio Iglesias cantaba y decía, “unos que nacen, otros morirán. Unos que ríen otros llorarán, penas y glorias, guerras y paz” y detrás de cada estrofa se termina diciendo, la vida sigue igual. A estas alturas del mes de enero, ese podría ser el sentimiento de muchos: la vida sigue igual. El domindo pasado, sin haberse terminado la Navidad, ya no había demasiado espíritu navideño. Hemos vuelto a la normalidad con sus problemas y quebraderos de cabeza.
Y probablemente sea verdad que la vida sigue igual, porque los que tenemos en nuestras manos la posibilidad de que eso no sea así, nosotros, no nos ponemos manos a la obra. Quizás, como en las bodas de Caná, nos falte el vino, nos falte la chispa que encienda una llama que anime a que esto cambie; nos falte esa dosis que haga que nuestras vidas dejen la rutina del agua de las tinajas, y apuntarnos a lo nuevo y diferente que pueda aportarnos el mensaje de Jesús. Dejar el Antiguo Testamento y apuntarnos, ya de una vez, al Nuevo Testamento.
En la sociedad de Jesús, el vino era el símbolo de la alegría y del amor. Quizás en nuestra vida nos falten esos dos ingredientes que son los que dan su parte significativa a todo lo que hacemos y realizamos. Jesús no nos abandona e interviene para salvar la fiesta, proporcionando abundante vino y además de calidad. Jesús está con los problemas del pueblo, y además se dedica a hacer más humana y llevadera la vida de la gente.
Hoy es el día de la infancia misionera. Para evangelizar no solamente hacen falta las palabras, sino los gestos, los signos. Evangelizar no es solo hablar, predicar o enseñar. Es necesario actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para introducir la alegría de Dios haciendo mejor nuestra vida.
A muchos contemporáneos la palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras celebraciones los aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos por parte de nosotros para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús para aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida. Jesús es esperado por muchos como una fuerza y un estímulo para existir, y un camino para vivir de manera más sensata y gozosa. El amor es el vino de la vida. Un vino que probablemente empieza a escasear y sin ese vino es posible la verdadera alegría entre los hombres.
Los niños han de ser los primeros evangelizadores y evangelizados. En algún tiempo había que ir lejos para evangelizar porque entendíamos que nuestro querido primer mundo estaba sobrado de acogida de la buena noticia. Me da la impresión que hoy es al revés: aquellos países que consideramos el tercer mundo, nos dan lecciones de escucha y puesta en práctica de la Palabra de Dios. Los niños, como las esponjas, acogen, absorven el mensaje y seguro que a sus amigos les pueden contagiar la alegría de la fe.
Cada uno tenemos que saber ubicarnos, no solamente en la vida, sino en la actividad pastoral que nos toca. Corremos el riesgo, ante la escasez de gente, que uno o más de uno haga todo de todo, con el riesgo de que el que mucho abarca, poco aprieta. Pablo en la carta que dirige a la comunidad de Corinto lo deja bien claro: que cada uno haga aquello a lo que ha sido llamado o a lo que se siente llamado. No haga aquello que no entiende, puesto que el ejemplo negativo puede ser peor.
Tenemos un reto por delante: anunciar a los niños que ellos pueden ser los primeros evangelizadores. Que lo niños vean en nosotros que también anunciamos la buena noticia; que, como el vino, nos inunde la ilusión y la esperanza de que las cosas pueden ir a mejor.
Hasta la próxima
Paco Mira
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