En
nuestra querida Iglesia, tenemos un coach (por seguir el símil del deporte),
que no manda un burofax para hacer su selección, sino que se acerca al
interesado, le mira a los ojos y simplemente le dice sígueme. Creo, como a
nivel deportivo, que es un orgullo que nuestro coach nos seleccione para estar
en su equipo. Tal es el poder de convicción, que los que le conocieron en
persona, dice que dejándolo todo fueron con él.
Como
buen entrenador, es él el que nos pone y propone su meta. No somos nosotros los
que marcamos la pauta del entrenamiento o del desarrollo del mismo, es él el
que nos dice que su forma de actuar y ser es la mejor manera de desarrollar lo
que nos proponemos.
Este
finde nos propone un programa para ganar. Para ganar en cualquier campo. Un
programa que además es – dentro de lo viejo – lo más nuevo; un programa que
dentro de tres meses lo podrían utilizar los partidos políticos en sus
programas electorales
Ser
pobres de espíritu, frente a cualquier tipo de arrogancia, altanería o vanidad;
ser mansos, frente a cualquier tipo de agresividad verbal o física; saber
llorar, por y con el dolor ajeno y los que han caído; tener hambre y sed de la
justicia, frente al pasotismo de las injusticias mientras no me afecten a mí o
a los míos; ser misericordiosos, frente a la indiferencia ante quien sufre en su
cuerpo, mente o espíritu; ser limpios de corazón, frente a cualquier tipo de
engaño, mentira o fraude; trabajar por la paz, frente al ambiente de violencia
y crispación que nos rodea. Aceptar ser perseguidos por ser justos, por
defender lo correcto, lo que es de justicia, frente a cualquier tipo de fraude
o corrupción en lo personal, familiar, social, político; asumir que nos
insulten, persigan, calumnien por afirmar que creemos en Dios, vivir el
evangelio, por testimoniar nuestra fe con nuestras palabras y obras.
A lo
largo del tiempo, las bienaventuranzas, han sido consideradas como una
imposición y una carga nada fácil de llevar, pero son el plan de entrenamiento
personal y comunitario de nuestro coach.
Sueño
con una Iglesia que se aproxime cada vez más a que sea pobre de espíritu, a que
no sea agresiva, a que llore y se compadezca del dolor y sufrimiento ajeno y
propio, a que sea limpia en las obras que hace y realiza, pero sobre todo
limpia en el corazón. Quiero que mi Iglesia, si es perseguida, que lo es, lo
sea por defender la verdad, lo correcto, la justicia y nunca
apoyando
la corrupción o a quienes la ejerzan. Seremos insultados y perseguidos, pero
nunca nos abandonemos a la dejadez y a la desidia.
Puede
parecer un reto inalcanzable, pero Pablo ya se lo recordaba a los Corintios y a
nosotros: en nuestras asambleas no hay muchos catedráticos en teología, pero es
que lo necio del mundo lo ha escogido Dios, lo que no cuenta lo ha escogido
para anular a lo que cuenta.
Hasta
la próxima
Paco
Mira
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