Cada
vez que llega el Domund, mi mente me lleva a cuando uno era pequeño. En el
colegio repartían unas huchas con la cara de un niño negrito y luego quedabas
el fin de semana con un amigo y a recorrer las calles de la ciudad con el
objeto de recaudar lo más posible. Les confieso que los tiempos han cambiado un
montón: no había problema en salir a la calle con una hucha. Volvías con ella;
la gente era muy generosa y las huchas se llenaban con cierta facilidad. Ahora
la cosa cambia: ni te dan, ni son muy generosos, y las huchas no se llenan.
Quizás no es porque no quieran, sino porque la sociedad no puede y el llevar
dinero a la altura de otros es una tentación a la que muchos no pueden dejar de
resistirse para quitártelo.
Pero
claro, en mi época era África. Hoy, ¿cuál es la tierra de misión?.
Probablemente esta pelota que llamamos tierra sea toda ella tierra de misión.
Creo que no se salva nadie. Es quizás volver a los orígenes, cuando – como dice
el libro del Génesis – no había nada ni nadie. Ahora, un bichito, nos ha hecho
caer en la cuenta que lo que parecía que teníamos atado, se desató solamente
con un ligero soplo de aire.
El
evangelio de este fin de semana nos habla de dos actitudes, que ante la
sociedad de hoy en día podemos tomar el tema de la fe. Por un lado, dice que
dos hombres corrían hacia el templo. Me pregunto que tenemos que tener prisa en
la misión, en nuestra misión, en la misión de anunciar el mensaje de la buena
noticia de Jesús de Nazaret. Dicen que las prisas no son buenas consejeras.
Los
misioneros tienen como bandera la paciencia. Tienen como compañera de camino la
templanza. Tienen como compañero de camino el reloj que probablemente marque
más de veinticuatro horas, en un día de veinticuatro. El tiempo no les da
pasado, porque en las cosas de Dios nunca hay prisa.
El
evangelio también nos habla de otra actitud: la de colgarse medallas por lo que
hacemos, o por el contrario la de hacer las cosas porque las sentimos y como
tal las hacemos. Jesús, la única medalla que se colgó fue la de la cruz, la de
la entrega total hasta la extenuación, la de sentirse abandonado por aquellos
que más quería y sin embargo fue ejemplo de muchos y para muchos.
Por
eso la misión, el Domund, hay que entenderlo en tiempo, pero también en la
forma. No podemos actuar de cualquiera de las maneras. No se puede actuar de
cualquier forma; el mensaje tiene que llegar por el ejemplo de todos y cada uno
de nosotros.
Admiro
a esos 58 misioneros canarios que a lo largo y ancho de este mundo dejan atrás
la comodidad familiar, para anunciar, desde el convencimiento propio, el
mensaje de Jesús. Misioneros que no son solamente sacerdotes o religiosos o
religiosas, sino laicos que bien en pareja o en soledad quieren dar un cambio
en su vida.
Pero
admiro también a muchos que siguen siendo misioneros allí donde viven.
Misioneros en el lugar donde desarrollan su trabajo, gente que son ejemplo de
muchos, entre muchos y para muchos, porque siguen dando lo que son, su persona,
como lo dio el propio Jesús de Nazaret.
Pues
este es el mensaje de esta semana. Entreguemos nuestra vida a favor de la causa
de Jesús. Seamos testigos, misioneros del Evangelio de Jesús. Ojalá que
llenemos una hucha de testimonios, de entrega, de servicio, de ganas de ayudar,
de solidaridad generosa…en favor de quien busca y no encuentra, de quien quiere
y alguien se lo impide, lo que somos y tenemos.
Felicidades
a un grupo de adultos que en nuestra parroquia van a recibir el sacramento de
la confirmación. Ojalá que su testimonio, sea la misión para muchos.
Hasta
la próxima
Paco
Mira
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