Cuanto peor están las cosas, peor nos
portamos. En alguna ocasión alguien me dijo que nunca dejábamos de ser niños,
aunque cumpliéramos años. En aquella ocasión no lo creía del todo, pero ahora
me doy cuenta no es del todo imposible.
Esta
semana lo hemos visto. Y lo hemos visto en gente que es referente y modelo para
muchos que empiezan en el mundo del deporte. Novak Djokovic, todo un referente
en el mundo del deporte y en el mundo del tenis, ha perdido toda su credibilidad,
como persona, por mentiroso. ¡Qué pena!. Muchos se miraban en el espejo del
serbio como modelo de caballerosidad, de elegancia, de saber estar, de
ecuanimidad, de personalidad... y por aumentar las arcas de su caja, mintiendo,
ha quedado a la altura del betún. Así no, Djokovic.
Como
tampoco no a mi amigo sevillano (probablemente seguidor del Betis) que lanzó un
palo al campo dándole a un jugador del equipo contrario: ¡qué casualidad!. Pero
es que aunque le diera a uno de los suyos, en la fiesta del deporte no tiene
cabida la violencia; no tiene cabida aquello que vaya en contra de lo que une a
la fiesta, a la diversión, a la reunión familiar por unos colores que van a
convocar a la familia para disfrutar un espacio.
Amigos,
Novak y aficionado sevillano. Así no y nunca no.
Y
lo digo en un fin de semana en que Jesús va a la sinagoga (el equivalente a
nuestra Iglesia, pero de entonces), a confirmar que el Espíritu de Dios, de la
verdad, estaba sobre él y sobre todo estaba para anunciar la buena noticia a
aquellos que quisieron y queremos acogerla. Noticias como la de Novak o la del
aficionado sevillano, no ayudan precisamente a ello.
Pero
claro, no hemos de engañarnos. Su mensaje, el de Jesús, no es una buena noticia
para todos los hombres de una manera indiscriminada: es una buena noticia para
los pobres. Estos tienen suerte, los pobres, los humillados por la vida...
Pero
no nos equivoquemos: Jesús no afirma que los pobres, por el hecho de serlo sean
mejores que los ricos. Sencillamente su predilección es por el hecho de ser
pobres y oprimidos, y Dios no puede reinar entre ellos sino les hace justicia.
Dios no puede ser neutral en un mundo injusto especialmente con los más
débiles, por eso la llegada de Dios es una buena noticia para ellos.
Los
ricos tienen mala suerte, sus riquezas les impide abrirse a un mundo lleno de
posibilidades de relación con los demás. Su corazón, quizás el de Djokovic
también, está lleno de tantas cosas - a veces no solo materiales - como el
orgullo, la necesidad de acaparar, la posibilidad de engañar, el no ser honrados... que Dios no tiene
cabida y lugar. La riqueza les impide abrirse a Dios Padre. Por ello los ricos
no participarán en la última mesa, cuando el Padre siente en ella a los pobres,
lisiados, ciegos, cojos, privados de libertad, mujeres marginadas.....
Claro,
nosotros también desplegamos al profeta Isaías por medio del Bautismo y tenemos
que decir: "el Espíritu de Dios está
sobre mí, porque él me ha ungido y me ha enviado a dar la buena noticia a los
pobres": ¡qué bonito queda escrito!. ¿Tenemos conciencia de lo que nos
obliga nuestro Bautismo?. Cuando comparto la fe con algunas comunidades y veo
que hay gente que no la comparte semanalmente, pero sí lo hace en momentos
puntuales (entierros, bautizos....), me pregunto que noción tenemos nosotros
del Espíritu de Dios.
Bueno,
decía que no a Djokovic o al aficionado sevillista, pero también se lo digo a
Paco, a Macarena, a Pino, a Juan... tantos y tantos que tienen a Dios como
comodín, pero no como al referente del profeta desenrollado en el pergamino de
Isaías.
Hasta la próxima
Paco Mira
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