CARTA SEMANAL DEL CARDENAL ARZOBISPO DE MADRID
El
corazón es un espacio que hay que descubrir y entender: ¿qué tienes en tu
corazón?; ¿qué es lo que mueve tu vida? Os propongo que la educación del
corazón sea objeto de vuestra conversación en familia, entre vuestros amigos, en
este tiempo de vacaciones
Hay
aspectos que son fundamentales de la vida y para la vida, que siempre deben ser
iluminados, estudiados y reflexionados; entre ellos, uno de capital
importancia: ¿qué estamos dando al ser humano para que crezca como tal?
¿Solamente ideas? ¿Solo proyectos de vida que nacen de nuestras ideas sobre el
hombre y la humanidad? ¿Cómo puede la Iglesia acercar más y más a Jesucristo a
los hombres y entregarles la sabiduría, la novedad y la riqueza que inunda el
corazón cuando dejamos entrar en nuestra vida a Él y a todo lo que viene de Él?
Estos
días estamos conmemorando la llegada del ser humano a la Luna. Este mundo de
las grandes conquistas científicas y técnicas, ¿ha logrado acercarnos a lo
profundo de la conciencia humana y tocar el misterio interior del hombre que,
en lenguaje bíblico, lo expresamos con la palabra corazón? Sinceramente creo
que no y, sin embargo, lo barruntamos como lo más necesario. Muchos pensadores
contemporáneos alertan de que nuestra sociedad se deja dominar por una actitud
instrumental, que desprecia y suprime la trascendencia; una sociedad en la que
la visión de la vida humana está vacía, sin compromisos de por vida... Ahí
surge la necesidad de educar desde el corazón, como nos enseñó Jesús. Y no es
esto una niñería ni un despropósito, no es un ir por los aledaños de la vida,
sino precisamente entrar donde se fragua lo más noble y bello y también lo más
terrible y feo. ¿No recordáis la entrada que hizo el Señor en la vida de los
hombres y encontró a uno que le gritaba? El Señor, volviéndose, le dijo: «¿Qué
quieres que haga por ti?». La respuesta de aquel hombre fue clara: «¡Que vea
Señor!». Jesús le hizo ver lo que cura: «Tu fe te ha salvado». Y comenzó a ver
y a ver desde el corazón.
Tengo
el atrevimiento de proponeros que la educación del corazón sea objeto de
vuestra conversación en familia, entre vuestros amigos, en este tiempo de
vacaciones. Sé que hay otras conversaciones que quizá parezcan más de
actualidad, pero ninguna como esta: la educación refleja las preocupaciones que
sostienen y construyen la vida del ser humano de todos los pueblos y culturas.
El Papa san Juan Pablo II, en su primera encíclica que tituló Redemptor
hominis, nos decía: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí
mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela
el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio,
si no participa en él vivamente. [...] Contemporáneamente, se toca también la
más profunda obra del hombre, la esfera –queremos decir– de los corazones
humanos, de las conciencias humanas y de las vicisitudes humanas» (RH 10).
Urge
educar desde el corazón. ¿Vamos progresando moral y espiritualmente? ¿Prevalece
entre nosotros el bien sobre el mal? ¿Crecemos en el amor social, en el respeto
a los derechos de los demás? Constatamos que el ser humano es infeliz, no se
gusta a sí mismo, no tiene claves de discernimiento en su vida por sí mismo, no
toca la raíz de donde fluyen los alimentos necesarios para vivir y dar vida.
Por eso, ante este ser humano intranquilo en todas las épocas históricas, las
palabras de san Agustín siguen teniendo una vigencia singular: «Nos hiciste,
Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»
(ConfesionesI 1, 1). Con estas palabras, nos expone dónde está la raíz de la
fragmentación espiritual y psicológica que experimenta en estos momentos el ser
humano y la urgencia de educar desde el corazón, es decir, de la prioridad de
la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas, del espíritu sobre la
materia. Por ello os invito a:
1-.
Descubrir todo el espacio del corazón. El corazón es un espacio que hay que
descubrir y entender: ¿qué tienes en tu corazón?; ¿qué es lo que mueve tu vida?
El corazón es como un inmenso continente por descubrir. Cuando seguimos algunos
encuentros de Jesucristo, descubrimos a un Maestro que tiene una especie de
arte de descubrir o de destapar lo que está cubierto. ¡Qué fuerza tiene el arte
de educar desde el corazón! Es la fuerza de mostrar algo que a primera vista no
es visible, que está escondido y puede darse a conocer, pues está en el ser
humano. Me viene a la memoria el diálogo con Nicodemo (cfr. Jn 3, 1-21), quien
descubre en Jesús a alguien que le interpela: «En verdad, en verdad te digo: el
que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». La pregunta de Nicodemo,
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?», da pie a Jesús para hacerle ver
algo nuevo: «Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas». El Señor seduce
a Nicodemo, conquista su atención y su corazón. Le hace ver que puede tener en
su vida unos tesoros que llenan su corazón. ¿Ayudamos a descubrir el espacio
del corazón o retenemos en la pobreza más grande a quien tenemos a nuestro
lado? Una cultura que empobrece es la que no tiene hombres y mujeres que
escuchen. Educar en el corazón nos vincula y hace posible que descubramos lo
que somos y tenemos, nos abre más y más a los demás, nos hace encontrarnos. Las
palabras de Jesús son clave para entender de alguna manera lo que provoca
educar desde el corazón: darnos cuenta de que hay luz y ser conscientes de que
a veces nadie nos dijo lo que supone vivir desde la luz y, por eso, nuestras
obras no alcanzan a ser obras de luz, sino que se quedan en la tiniebla o en la
oscuridad.
2-.
Vive con los tesoros que hay en el corazón. Cuántos tesoros alberga el corazón
puestos por Dios cuando «nos creó a su imagen y semejanza», pero también
cuántas miserias acogidas por nuestras distancias con respecto a Él. Hay unas
palabras del apóstol san Pablo que llenan nuestra vida: «El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5, 5). Y en este sentido, educar
desde el corazón es acompañar y descubrir esos tesoros que Dios puso, que no
solamente nos hacen felices a nosotros, sino que hacen felices a quienes nos
rodean. El corazón es mucho más que un músculo que bombea sangre: bombea vida,
emociones, actitudes, valores... Todo ello nos hace crecer como personas y nos
humaniza y regala humanidad.
3-.
Creadores de una atmósfera que da sentido y significado a la vida.Estar
desnortados es terrible; vivir a la deriva es arruinarse como persona. Qué
importante es ir aprendiendo de lo que vivimos, comprender el porqué de muchos
acontecimientos, saber descifrar situaciones. Ayudar a descubrir, a leer e
interpretar el significado de todo lo que hacemos es esencial. Cuando en una
familia, en una institución educativa sea la que fuere, los niños y los jóvenes
preguntan: «¿Por qué tengo que hacer esto?», hay una interpelación. Las
atmósferas que creemos tienen que provocar en el corazón de quienes viven en
ellas la sabiduría del saber el qué, por qué y para qué. Qué bien suenan aquí
esas palabras de Jesús en las que manifiesta la atmósfera que Él ofrece a todos
los hombres: «El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino
que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la
puerta es pastor de las ovejas. [...] Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da
su vida por las ovejas; […] conozco a las mías, y las mías me conocen, […].
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo
que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (cfr.
Jn 10, 1-16).
Con
gran afecto, os bendice,
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