viernes, 27 de octubre de 2017

LA SOBREMESA, LA FIESTA Y EL HELADO EN LA IGLESIA

 carta
LA SOBREMESA, LA FIESTA Y EL HELADO EN LA IGLESIA
Bueno, pues hoy quiero dedicar unas palabras a mi querido pueblo de Vecindario. Más que pueblo al barrio costero de Santa Lucía, puesto que el pueblo es ese. Y se las quiero dedicar por la fiesta en
honor a Rafael, esa medicina de Dios de la que seguro todos, absolutamente todos, estamos necesitados. Una medicina que no es intensiva, no hace daño, no erosiona ni es necesario tomarse un protector, puesto que ya va incluido en la propia medicina.
Las fiestas tienen que ser, o al menos así lo entiendo yo, como las sobremesas de una comida. Las sobremesas, decía un amigo mío tiene que ser obligatorias en todos los rincones y culturas. Las sobremesas tienen que saborearse como cuando uno se toma un postre sin prisa; cuando se toma un cafecito que se va enfriando al fragor de una conversación familiar o con amigos; cuando se saborea una copa de cualquier licor mientras olemos al calor del hogar.
La fiesta tiene que ser también algo parecido: hay que saborearla, olerla, disfrutarla y compartirla. Es una vez al año y no podemos dejarla pasar como si la rutina nos hiciera impertérritos ante tal acontecimiento. La fiesta, como la sobremesa, tiene que notarse en el traje, en la actitud, en las formas y en las maneras. Traje interno y externo: si mi actitud festiva no la vivo, probablemente el traje externo tampoco tiene mucho sentido.
Pero claro, todo tiene un pero. La fiesta también tiene lugares y estos han de ser significativos. El otro día estaba en nuestra parroquia y entra un matrimonio con su hija - quiero entender así esa relación familiar - y cada uno comiéndose un helado: se sentaron en un banco; daba la impresión de hacer tiempo que no entraban en este templo, porque no dejaban de maravillarse de cómo estaba. ¡Había que ver la cara de felicidad a cada lametazo que le daban a su helado correspondiente. Helado, tertulia entre ellos... pero probablemente ninguno de los tres se decidió a comentarle algo a Rafael, que cual faro, estaba en su trono dándoles las buenas noches.
Sin embargo todo esto me llevaba a preguntarme si todavía en el siglo XXI no sabemos estar en el sitio que nos corresponde y de la forma que corresponde en función del lugar en el que estamos. La pregunta es fácil: ¿se puede comer un helado en la Iglesia?; ¿Se puede entrar con un refresco o un paquete de roscas, mientras voy de turismo por el citado templo observándolo? Les digo la verdad que me entra una duda tremenda.
Me dieron ganas de acercarme y comentarle a aquel matrimonio que no dejaran de visitar la Iglesia, pero después de acabar el helado; me dieron ganas de decirle a los jóvenes que entraron que lo hicieran después de acabar el refresco y el paquete de roscas... pero ¿ y si el helado es la disculpa para visitar una Iglesia, o las roscas, o el refresco?. Les confieso que me entró tal duda, que no les dije nada.
Duda como la que le entró al fariseo cuando le preguntó a Jesús que cuál era el mandamiento principal de la Ley. Probablemente la ley me diría que el templo es un lugar de oración y no es un lugar para almorzar o merendar o comer cualquier menú. Pero claro tengo que esperar la respuesta del Maestro que es amar al Señor y al prójimo como a uno mismo: si el helado ha sido la disculpa para entrar a orar o a conversar con un arcángel en medio, pues como diría mi abuela "bendito sea Dios"
La fiesta, como todo lo bueno, se acaba. San Rafael ha salido a la calle, ha tocado los corazones de los más fervorosos y de aquellos que se han quedado con la duda. Ha sido, seguro, el alivio de muchos enfermos que siguen viendo en Rafael el guía perfecto en el camino de sus dolencias, por ello es medicina de Dios.
Me gustaría que cuando acabara la fiesta nos quedemos con los buenos recuerdos que nos hicieron recordar y revivir lo más entrañable de nosotros mismos y sobre todo que nos preparemos porque el año que viene son setenta y cinco años y no es cualquier cosa.
¿Saben?: si amamos a Dios y a los hermanos, tendremos vida
Hasta la próxima
Paco Mira

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