focos,
carteles luminosos;
vamos
al oculista y tenemos todos bien controlada la visión.
Iluminamos
nuestras casas,
tiendas,
recintos, templos..,
todo
rebosa luz, pero estamos tan ciegos
cómo
el del evangelio, no conseguimos ver.
Tú,
Jesús, pasaste a su lado y te fijaste en él.
Saliste
a su encuentro.
Haz
hoy lo mismo con cada uno de nosotros
para
que sepamos ver aquello
que
es necesario ver con el corazón.
Limpia
nuestros ojos de ver lo negativo,
de
ver lo que no tiene remedio,
de
ver con mirada juzgadora,
con
exigencia, con intolerancia.
Limpia
nuestros ojos de ver la vida sólo desde nuestro lado,
en
vez de saber verla desde el lado del otro, que se ve diferente.
Te
compadeciste del ciego, porque tú has venido para sanarnos,
para
no dejarnos más tiempo en tinieblas
y
por que no necesitan médico los sanos sino los enfermos.
Nuestro
mundo está oscuro, Jesús, y necesita que nos abras los ojos:
para
que no veamos las guerras como algo normal
que
ocurre siempre,
para
que no nos acostumbremos al que vive a
nuestro
lado y nos necesita,
para
que abramos los ojos ante los diferentes,
los
inmigrantes, los que sufren,
para
después de mirarles,
abrirles
el corazón y tenderles la mano.
Danos
mirada de hermanos,
danos
ojos de niño que se sorprende,
haznos
ver, como las madres, con cariño y ternura,
danos
vista de lince para detectar
la
necesidad del hermano,
y
cierra nuestros ojos para descansar en ti,
al
caer la tarde,
sabiendo
que tú estás más interesado
aún
en cada uno que nosotros mismos.
Danos
ojos enamorados de ti,
que
contagien tu amor a quien aún esté ciego.
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