Oración con el evangelio de este fin de semana.
Me hubiese gustado haber subido a la montaña aquel día. Elegiste a algunos en nombre de todos, y para que lo que experimentaran movilizara a todos a seguirte hasta el final. No podían contar lo que vivieron, pero se les notaba en su talente vital. Doy gracias por las personas que he conocido en la vida y que descubro que también los has subido espiritualmente a la montaña contigo. Gente sufridora, luchadora, a los que la vida no les ha sido fácil, y, sin embargo, a los que el encuentro contigo los ha transformado por dentro. Alguien que te experimentó mucho dijo eso de que en la vida hay desolaciones y consolaciones. Consuelas para hacernos más recios, más resistentes, más comprometidos, más amigos de la vida. Consuelas para que no nos ahoguemos en vasos de agua. Consuelas para darnos esperanza y paciencia. Consuelas para que no demos pasos hacia atrás, para que no disminuya nuestra entrega, para que no nos dejemos arrastrar por lo cómodo y fácil. Consuelas para que cicatricen heridas, olvidemos desagravios y demos una nueva oportunidad a quien tal vez no lo merezca. Consuelas para que busquemos lo justo y lo verdadero, aunque eso nos meta en problemas. Sé que hoy, tal vez ahora mismo, estés subiendo a alguno de nosotros a esa montaña, y te estés transfigurando de manera misteriosa pero real. Son experiencias difíciles de explicar. No tienen nada que ver con la magia, ni es fruto sólo del deseo proyectado en nuestra sensibilidad. Es esa experiencia que el salmista cuenta con estas palabras: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Dame de vez en cuando beber de esa experiencia para que no me sea tan dura esta vida peregrina, esta lucha constante. Y que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocede. Que el corazón no se me quede desentendidamente frio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.