Señor hazme descubrir y ser consciente de los secretos de mi corazón y de mis pobrezas personales que me hacen mendigar reconocimiento y notoriedad. Observo personas que, bajo una capa de servicio, se han adueñado de tareas, o quieren imponer su opinión, o les gusta que le obedezcan en todo. Tienen un respuesta rápida y contundente, y un discurso que busca imponerse. Son hasta serviciales, si se les paga el tributo de ser considerados como maestros. En el espectáculo público hay personas que emiten opiniones arriesgadas y hasta ofensivas con tal de tener minutos de reconocimiento social. Incluso en las redes sociales se habla de todo y sin toda la información, y en ocasiones sin respeto, porque creen tener la verdad absoluta. Pero mirándolos a ellos descubro mis propias tentaciones. No siempre encajo bien que mis opiniones no sean tenidas en cuenta, y como dice tu evangelio “me siento en la cátedra de Moisés”.
Cuántas afirmaciones expuestas de manera atractiva escondían una cierta soberbia personal. Cuántos silencios denotaban la incomodidad ante situaciones que no terminaba de dominar. Cuántas disculpas por no poder ser más protagonista.
La enfermedad moral que veo en los otros me rebota, Señor, y me ayuda a pensar en mi mismo. Me gustaría siempre brillar con luz propia, hecha con el sonido suave de una vida que sólo pretende hacer lo que tiene que hacer, sin pisotear ni imponer.
No me gustaría ir por la vida como maestro de nada ni de nadie.
Me gustaría que, de tal manera fueras mi único Maestro, que, por encima de mis torpezas personales, siempre quedes Tú como la lámpara que brilla en medio de las oscuridades del mundo. Ponme siempre en mi sitio, escuchando antes que opinando, pensando antes que rebatiendo, teniendo misericordia con los que mendigan un poco de notoriedad para creerse que son algo. Dame la sabiduría de quien busca el silencio, sabe escuchar y trata de actuar con la mayor discreción posible. Hazme crecer por dentro Señor, que es el verdadero crecimiento que en el fondo necesito, Señor.
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