El que, hoy, tiene un trabajo, tiene un tesoro o un premio más que ninguno. Atrás quedaron los tiempos en los que se tocaba en una puerta y casi sin saber que sabía hacer cada uno, tenía trabajo. Nuestro querido sur de la isla, ha tenido y quizás todavía tenga gente de esa generación. Pero la economía, las diferentes y sucesivas crisis, han hecho que las condiciones a la hora de encontrar trabajo no son lo fáciles que lo fueron en tiempos pasados. Es más, hoy la gente que llama a un montón de puertas, son gente con unos curriculums expectaculares, de master universitario. Incluso la nómina va en función de lo que cada uno sabe y se ha especializado en ello.
La Palabra de hoy, nuestro evangelio de la viña, nos habla de trabajo. Un trabajo nada fácil como es el de la vid. Para quienes poseen una viña, el fruto de la vid, la uva y con ellas el buen vino, es la meta de todo el trabajo y el esfuerzo de sus propietarios y trabajadores. Pero un trabajo, según se nos cuenta en la parábola, que podríamos calificar de injusto: hay gente que va a las seis de la mañana, a las nueve, a las doce, por la tarde y todos cobran lo mismo: un denario. Hoy no asumiríamos que uno que trabaja media jornada cobre lo mismo que el que trabaja jornada completa. Los teléfonos de los sindicatos echarían humo.
Pero claro, la parábola que acamos de escuchar, nos demuestra que el camino de Dios o sus planes, no es nuestro camino o nuestros planes y por ello el profeta Isaías nos invita a la conversión, es decir volver la mirada a Dios para descubrir su misericordia. Si el domingo pasado se nos invitaba al perdón, hoy se nos invita a la vuelta a Dios que es el fin de la conversión y para ello es necesario volver nuestro corazón a lo esencial, a aquello que nos da vida y la Vida, con mayúscula, y nos aparta de los accesorio y anecdótico y nos limita nuestra peregrinación en esta vida como hijos libres que somos.
Dios nos invita a trabajar en su viña para permanecer con él en su campo de trabajo. No quiere que nadie se pierda, sino que se salve. ¿Nos hemos puesto a pensar en el momento en que Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros y en la respuesta que le dimos o que le estamos danto?. No todos hemos recibido la llamada a la vez: unos hace mucho tiempo, otros hace cuarenta, treinta, cincuenta años.... y todos cobramos lo mismo.
Hay gente que se siente orgullosa de trabajar en determinadas empresas de prestigio y ese prestigio se traslada a sus trabajadores. No es lo mismo trabajar en la agricultura que ser asesor personal de determinados cargos. ¡Qué orgulloso tiene que sentirse el catequista de trabajar en la – si se me permite la expresión – empresa de Dios. Semana tras semana, transmite su experiencia de fe en la viña del Señor a los que se inician en la comunidad. Pero no solo el catequista o el que está en liturgia o en caritas. El médico que cuida desde el amor a sus pacientes también va a recibir un denario o el maestro que enseña por vocación o el ama de casa en su trabajo de abnegación hacia los suyos. También cobra un denario.
Dios no sabe de matemáticas como para apuntar los padrenuestros o rosarios que le debemos; o las indulgencias plenarias que hemos conseguido; o la cantidad de misas que hemos aplicado. Dios es, como dice el papa Francisco, aquel que cuando nosotros vamos a pedir perdón, él como el padre de la parábola del hijo pródigo ya nos está esperando con los brazos abiertos para hacer una fiesta. O es como el pastor al que se le pierde una oveja y deja las noventa y nueve para ir en busca de la perdida.
Dios premia igual el esfuerzo y el trabajo del que lleva toda una vida trabajando en su viña, como el que ha llegado ayer.
Nunca es tarde para dar gracias por la vocación a la que cada uno de nosotros hemos sido llamados. Hoy puede ser un gran día – como dice la canción – para pedir perdón por la mentalidad matemática que a veces empleamos en nuestras comunidades. O también es un buen día para preguntarnos dónde nos llama Dios a trabajar: en la parroquia, con la familia, y todavía no hemos respondido a la llamada. Porque no nos olvidemos que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.
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