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1.Es tiempo adecuado para
fortalecer los vínculos familiares. El ritmo acelerado que llevamos por mil
razones laborales o lúdicas, no favorecen precisamente la cercanía, sinceridad
o diálogo de los unos con los otros: el verano es vida que se comparte.
2.Es un momento para el
descanso pero no para dejar que “Dios” se duerma en nuestro corazón o, tal vez,
lo dejemos marginado por otros “dioses” más refrescantes pero efímeros. El
verano no es excusa para vivir al margen de la fe. ¿Acaso dejamos de comer o de
beber en estos meses?
3.Es un espacio para una
lectura de nuestra vida. La playa invita, sobre todo en la noche estrellada, a
la reflexión. El monte a la acción de gracias en la espesura de su belleza. El
arte al asombro de un Dios que se proyecta a través de la mano creadora del
hombre. El verano es un tiempo para saborear, como dice el Papa Francisco en
“Laudato si” la belleza de lo que no está corrompido.
4.Es un soplo a nuestro
cansancio. Pero, en ese intento, hemos de ser conscientes de que “el hacer
mucho” puede causar el efecto contrario: más agotamiento. Descansar implica
hacer extraordinario lo que, en el curso, era ordinario. El verano es procurar
fortaleza a las partes más dañadas de nuestras personas.
5.Es aliento por la oración.
¡Manda un whashap al Señor! Participa en la eucaristía dominical. No te escudes
con el “no hay una iglesia cerca” (tampoco los bares o los cines nos quedan al
lado y los buscamos). Quien busca encuentra y, quien busca y celebra al Señor,
su verano es humano y divino. El verano puede ser relax y relajamiento.
¿También de nuestra fe?
6.Es alimento y fraternidad.
El desconocido se hace cercano, el enemigo se puede conquistar, la frialdad se
puede convertir en algo cálido. El verano es tiempo de conquistas de nuevas
amistades y de recuperar viejos amigos.
7.Es punto y aparte de
nuestros problemas. Hay que aprender, por lo menos durante un tiempo, a que los
problemas no se adueñen totalmente de nuestra existencia. ¿Qué los tienes? ¡No
importa! Déjalos de lado durante un tiempo. Cuando regreses tal vez seguirán
existiendo pero tú les harás frente con más fuerza. El verano es dejar de lado
aquello que nos estorba.
8.Es familia que disfruta
todos a una. Acostumbrados al vorágine de una vida penetrada por mil historias,
hay que reservar unos días para la alegría que se comparte, para demostrar el
humor que llevamos dentro. El payaso
profesional es aquel que, aun estando llorando por dentro, hace feliz al que
está sollozando por fuera. El verano reclama sonrisas familiares y espacios
para el entretenimiento.
9.Es piscina de perdón. El
trabajo, la competitividad, las responsabilidades y otros tantos vértices
profesionales nos distancias y crean muchos malos entendidos. El verano, con un
mensaje, un gesto, una palabra o una disculpa hace que todo vuelva a ser como
antes. El verano es tiempo de curar heridas.
10.El verano no es diluirse
en el vicio y capricho. No es dejar de lado a los tuyos. No es abandonar la
práctica de la fe y mucho menos la misa de cada domingo. Un cristiano tiene
derecho a sus vacaciones pero, un cristiano, nunca guarda vacaciones en su fe.
¿Acaso podemos vivir sin respirar? Dios, los sacramentos, la oración, la
lectura espiritual, la visita al Santísimo, una obra de caridad es el mejor
SOL, LA MEJOR PLAYA, EL MEJOR MONTE Y EL
ÓPTIMO VIAJE TURÍSTICO que podemos realizar. Lo contrario, en la vida de un
cristiano, es más de lo mismo sin lo esencial: ¡DIOS!
Javier Leoz
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