Menos mal, que en nuestros días, la
lepra está prácticamente erradicada. Ser leproso no es únicamente una
declaración exterior, sino que se termina convirtiendo en una definición de
identidad. El enfermo camina repitiendo a gritos lo que marca su existencia:
impuro, impuro... Y esa realidad no solo le separa de Dios, al que rechazó con
el pecado que ahora le enferma, o de los demás: también le aisla de sí mismo.
¿Qué sentirá? ¿Cómo se hablará?. La lepra, hoy, está prácticamente curada, pero
los aislados y separados, los estigmatizados siguen y son muchos. Por
diferentes causas: políticas, ideológicas, culturales, de violencia física,
sicológica, quizá por motivos religiosos.
Puede que nosotros nos sintamos en
ocasiones completamente solos y sintonicemos con aquellos condenados a vivir en
cuevas apartadas. El cartel de “impuro” que nos cuelgan o nos auto colgamos nos
pesa demasiado. Escuchemos las voces de fuera, acojamos los gritos de dentro.
Acoger es el primer paso para iniciar el camino de sanación.
La felicidad sólo es posible allí
donde nos sentimos acogidos y aceptados. Donde falta acogida, falta vida,
nuestro ser se paraliza, la creatividad se atrofial. Por eso una sociedad
cerrada es una sociedad sin futuro. Una sociedad que mata la esperanza de vida
de los marginados y que finalmente se hunde a sí misma (Moltmann).
Son muchos los factores que invitan
a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a vivir en círculos cerrados y
exclusivistas. En una sociedad en la que crece la inseguridada, la indiferencia
y la agresividad, es explicable que cada uno tratemos de asegurar nuestra
pequeña felicidad junto a los que sentimos iguales. Las personas que son como
nosotros, que piensan y quieren lo mismo que nosotros, nos dan seguridad. En
cambio, las personas que son diferentes, que piensan, sienten y quieren de
manera distinta a nosotros, nos producen inseguridad.
Vivimos como a la defensiva,
excluyéndonos mutuamente, cada vez más incapaces de romper distancias y adoptar
una postura de amistad abierta a toda persona. Nos hemos acostumbrado a aceptar
sólo a los más cercanos. A los demás los toleramos, o los miramos con
indiferencia, si no es con verdadera repulsa. No hay más que ver como lo
hacemos con los inmigrantes que llegan a nuestras costas.
Ingenuamente pensamos que si cada
uno se preocupa de asegurar su pequeña parcela de de felicidad, la humanidad
seguirá caminando hacia su progreso. Y no nos damos cuenta de que estamos
creando marginación, aislamiento y soledad. Y que en esta sociedad, va a ser
cada vez más difícil ser feliz.
Por eso el gesto de Jesús cobra
especial actualidad para nosotros. Jesús no sólo limpia al leproso. Extiende la
mano y lo toca, rompiendo prejuicios, tabúes, temores y fronteras de
aislamiento y marginalidad que excluyen a los leprosos de la convivencia en la
sociedad judía. Los creyentes deberíamos sentirnos llamados a aportar amistad
abierta a los rincones marginados de la sociedad. Son muchos los que necesitan
una mano extendida que llegue a tocarlos.
Hoy que celebramos la jornada
mundial del enfermo, ¡ cuántos son los que se consideran a sí mimos impuros!.
¡Cuántos hay que se automarginan para no ser una carga para los seres más
queridos y cercanos!. ¡Cuántos languidecen en la soledad de un hospital, de una
residencia!... muchos ancianos son marginados en los centros de trabajosin que
los más cercanos le extiendan una mano, les miren a los ojos, les acaricien,
les abracen, esbocen una sonrisa de complicidad y amor gratuito y gratificante.
Marginación en el campo de trabajo
Hoy sigue habiendo prejuicios no por
la lepra como enfermedad, sino por la lepra que nosotros queremos que exista en
nuestros seres queridos y por eso suelen ser una carga para quienes nos
consideramos sanos, pero interiormente estamos más enfermos que ellos. Hoy, el
leproso no pide ser curado, sino limpiado, ser una persona digna y no un
estorbo más allá de su dolencia. Jesús certifica esa dignidad: acercarse,
escuchar, tocar...Lo que Jesús hace con el leproso y con tantos enfermos, es la
bondad de Dios para con nosotros.
El enfermo, los enfermos de nuestra
sociedad, saben, como el leproso, conjugar el verbo querer: nosotros ¿qué verbo
conjugamos?
Hasta la próxima
Paco Mira
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