Oración con el evangelio de este fin de semana.
A veces, Señor, me pregunto qué has visto en mi para concederme el don de la fe y para tenerme como amigo. Soy uno de tantos, y, sobre todo, alguien con defectos que se van prolongando en el tiempo. Me has demostrado que no me has concedido la fe porque sea mejor que nadie; simplemente lo has querido. Contemplar a Pedro de rodillas, hundido en su propia miseria, consciente de su fracaso, y aterrorizado ante tus signos, me llena de consuelo. No elegiste a tus primeros discípulos desde su éxito personal. Los elegiste en medio de su fragilidad llena de posibilidades. Antes de que adentraran la barca hacia el lago te presentaron un currículo de fracaso, de trabajo que no había tenido fruto. En medio del desánimo confiaron en tu palabra y se hicieron obedientes a ella. No despreciaron tu petición. No protestaron, ni te indicaron con autosuficiencia sus saberes. Simplemente obedecieron con un silencio activo, con una actividad humilde. Tampoco los avergonzaste; simplemente los animaste con esa autoridad tuya que produce confianza y ánimo. A veces siento que lo que has puesto sobre mis espaldas me sobrepasa. A veces tengo la sensación de que no tendré fuerzas suficientes para la tarea de la vida. En muchas ocasiones me he visto al final de la jornada reparando las redes que se han roto en el trascurso del día y alentando el desaliento. Sé que esto les pasa a muchas personas. La vida no funciona como uno la proyecta; la vida es una escuela donde se madura en los fracasos, o en los logros escasos y tardíos. Vivir es asumir pobrezas y contar también derrotas. Pero me alienta que sigas contando conmigo, e implicándote en la tarea que me has puesto delante.
Tú purificas mis labios y das fortaleza a mis manos. De rodillas te vuelvo a confesar que no soy nada si Tú no me fortaleces.
Si quieres contar con mi debilidad, aquí estoy Señor.
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