Parafraseando a Cecilia, aquella cantautora de los años 60 y 70, cuando le cantaba a su/nuestra querida España, me gustaría también cantarle a nuestra querida Iglesia, esa Iglesia nuestra, esa Iglesia de todos, porque nuestra Iglesia está de cumple. Hace dos mil años se iniciaba un proceso precioso. Un proceso que contribuyó a que ese mensaje en el que todos creemos no se desvaneciera, sino todo lo contrario, siguiera adelante, no sin dificultades, algunas de las cuales han sido y siguen siendo significativas.
Un proceso que siguió y sigue adelante gracias a la labor en el anonimato, en el silencio, sin casi notarse del Espíritu. Un Espíritu que sopla donde y cuando quiere, pero que no deja de hacerlo aunque nosotros, a veces, no queremos que se nos note que nos sentimos empujados por él.
Es por ello que quiero seguir invocando a ese Espíritu de Pentecostés para que siga despertando esa fe débil, pequeña y vacilante. Ojalá que nos enseñe a ver el amor insondable de Dios, estemos dentro o fuera de la Iglesia, y que no se apague su llama en nuestros corazones, porque entonces también se apagará en la Iglesia.
Quiero que este Espíritu haga que Jesús ocupe el centro de mi Iglesia. Que nadie lo suplante o lo oscurezca. Que sea capaz de atraernos al evangelio y que nos convirtamos a su seguimiento. Que no huyamos de su palabra ni nos desviemos del mandamiento del amor. Que en el mundo no se pierda la memoria de quien mantiene viva la llama de su amor.
Quiero que ese Espíritu abra nuestros oídos para escuchar su llamada, las que nos llegan hoy desde los interrogantes, sufrimientos, conflictos (veamos el de Israel), y contradicciones de los hombres y mujeres de nuestros días. Haz que sepamos estar abiertos para engendrar la fe nueva de esta sociedad nueva. Que seamos capaces, en tu Iglesia, de estar más atentos a lo que nace que a lo que muere, sobre todo abiertos a la esperanza y no a la nostalgia rancia.
Quiero que este Espíritu purifique el corazón de mi Iglesia. Que todos nosotros que la formamos, seamos capaces de reconocer nuestros pecados y limitaciones que son muchos . Somos frágiles, mediocres y pecadores. A veces somos muy arrogantes y aparentamos una falsa seguridad. Que nos ayude a caminar entre los hombres con más verdad y humildad que falta nos hace.
Quiero que este Espíritu nos enseñe a mirar de manera nueva la vida, el mundo y sobre todo a las personas. Que aprendamos a mirar, como Jesús, a las personas que sufren, los que lloran que son muchos en esta época de pandemia, a los que caen, a los que viven solos y olvidados que también son excesivos. Si cambia nuestra mirada hacia ellos, también cambiará el corazón y el rostro de la Iglesia, de nuestra Iglesia. Si miramos así a los más necesitados, seremos mejores discípulos de Jesús.
Que este Espíritu haga de nosotros una Iglesia abierta. Abierta a infinidad de opciones que se nos presentan hoy en día: desde distintas formas de ver la familia, distintas formas de expresar el amor entre iguales...abierta en definitiva al amor de Dios que se manifiesta en todos y en cada uno. Que nada ni nadie nos distraiga del proyecto de Jesús de hacer un mundo más justo, más amable y más dichoso.
Quiero seguir cantando y parafraseando a Cecilia mi querida Iglesia, esa Iglesia mía, esa Iglesia nuestra. No nos olvidemos que la Iglesia no es exclusiva de Francisco, nuestro Papa, o del Obispo de turno. Tú y yo somos esa Iglesia que Jesús quiere que formemos. A por ella.
FELIZ PENTECOSTÉS
Hasta la próxima
Paco Mira
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