A QUIEN DIOS NO LE DA HIJOS…
Hace unos días recibí el correo de Teresa, una lectora de La
Provincia. Además de algunas llamadas de atención y algunos piropos (todo se
recibe muy bien), ponía una pregunta: Ya que usted publica su diario, me gustaría
saber cómo celebra un cura las
Navidades. Podría contestar a mi
lectora que, probablemente, no hay demasiada diferencia entre ella y yo si los
dos tenemos fe. Habrá algunos matices pero en general, seguro que hay muchas
coincidencias. Bastaría hacer un cóctel donde se mezcle familia, fe y solidaridad. Es una mezcla
formidable que produce una gran dosis de
paz y de alegría.
Pero voy a ser más
explícito. En los días previos a la Navidad, muchos curas participamos en
actividades como éstas: un encuentro de oración personal, visita a los enfermos
de la parroquia, o acompañar en la acogida que Cáritas hace a las familias
necesitadas. Y en mi caso, además,
celebrar la eucaristía en el centro de mayores que hay en el pueblo. Por cierto
que en esta ocasión participaron también los jóvenes que están en catequesis de
confirmación y contaron a todos cómo les gustaría vivir esta Navidad. Fue un buen regalo para los acogidos
en el centro sentarse junto a los muchachos
y escuchar sus mensajes espontáneos y alegres.
Y ya en la Nochebuena, nos
toca a los curas celebrar el nacimiento de Jesús intentando que la misa no
fuera un simple rito, sino transmitir de la mejor forma posible el mensaje
siempre nuevo del evangelio. A veces no resulta fácil, sobre todo cuando
debemos estar en más de una parroquia y,
por tanto, celebrar dos o tres veces
seguidas el nacimiento de Jesús. Una tentación, es caer en la rutina. Por
supuesto que intentamos evitarla.
La misa de Nochebuena
procuramos que sea viva y muy participada. No es fácil acertar con la hora
adecuada para que todos podamos compaginar la misa y la cena. En mi parroquia
hemos procurado que los niños y los
jóvenes tuvieran su espacio en la eucaristía escenificando el pasaje del
evangelio de Navidad. Acabada la misa, con el besapiés o la caricia a la imagen del
Niño Jesús terminamos con el compromiso
de transmitir esa “caricia” a quienes necesitan un gesto de amabilidad, de
cariño o de escucha. Como ves, una
primera parte muy semejante a la de cualquier otro cristiano que no se conforma
con sólo estar en misa.
Y después, como la mayoría de las personas,
vivimos el encuentro familiar. El mío fue con algunos hermanos, sobrinos
y cuñadas. Dicen algunos que a quien Dios no le da hijos, el diablo le da
sobrinos. No creo que sea así. La familia de los curas suelen ser los sobrinos
y los padres de los sobrinos. Y también la parroquia. Normalmente nos sentimos acogidos, comprendidos y
apoyamos por las buenas familias que acuden a la iglesia. Y cuando un cura no
tiene aquí familia como son los de otra Isla o de la península o de lugares más
lejanos, siempre encuentran entre los feligreses quienes le inviten a cenar y
pasar un rato en cálido ambiente familiar.
Cuando me tocó estar lejos
de mi familia siendo párroco en Tías (Lanzarote) o Antigua y Betancuria
(Fuerteventura), nunca me faltó una familia, y más de una, con quien compartir estas fiestas del
Nacimiento de Jesús y el fin de año.
Como ves, Teresa, la Navidad
de los curas no tiene mucho de extraordinario. Ojalá aprendamos también los
sacerdotes a que nuestras casas
parroquiales estén disponibles para algún hermano que pueda sentirse solo en estas fechas. Por cierto que ayer,
Día de la Sagrada Familia de Nazaret,
celebré con algunos de mis actuales y antiguos feligreses, los cuarenta
y cinco años de sacerdocio. Fue una ocasión para fortalecer los lazos familiares
con todos ellos. Por eso me gusta corregir el refrán y decir más bien que, A quien Dios no le da hijos, Él mismo le multiplica las familias.
P.D. Que el nuevo año 2017
traiga mucha paz, más trabajo, más
solidaridad y familias acogedoras para todos.
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