viernes, 22 de julio de 2016

SANTIAGO ENTRE UNA CERVECITA Y EL TE MORUNO

 carta

SANTIAGO ENTRE UNA CERVECITA Y EL TE MORUNO


Si llego a comenzar estas letras hablando de matamoros, lo más probable que cometiera dos errores (creo que subsanado al menos uno de ellos): hablar de un personaje - quizás un tanto siniestro - que entretiene las tardes de unos cuantos españoles aburridos, hastiados, sin saber que hacer, sin ganas de dormir la siesta, que se dedica a despotricar de otros, de sus interioridades... y encima cobra por ello, o bien podría aplicar a Santiago, el de hace dos mil años, como el "matamoros" de turno. Este es el aspecto que creo que ya está subsanado, porque entiendo que es una imagen que no se corresponde con la realidad.
Sin embargo esta reflexión parece que me quiere llevar al "eterno problema" de los hermanos islámicos. Y digo que parece que me quiere llevar por que uno no puede eximirse de los últimos acontecimientos que hemos vivido y de los que estamos viviendo desde hace un tiempo: Niza, Alemania, Bélgica, Francia... y tantos y tantos que día a día y sin salir en los medios de comunicación social, suceden en los países que precisamente se declaran islámicos.
Comenzaba diciendo que Santiago estaría hoy entre una cervecita y un te moruno; estaría en una mesa de diálogo entre quienes la religión parece ser un obstáculo y quienes quieren vivir al margen de infinidad de prejuicios; estaría en una terracita con el vaso en la mano en un diálogo amable, afectuoso... o entrando en una mezquita para rendir cuentas a una hora del día de aquello que hizo y quiere compartir.
Santiago no es matamoros. Santiago es un testigo de la fe, sin etiquetas, que nos invita a testimoniar aquello que creemos. Santiago no es una imagen de escayola a la que le encendemos una vela para tranquilizar conciencias en un momento dado. Santiago es el testigo que quema su vida como ejemplo de lo que merece la pena, nunca para ponerse por encima enarbolando una bandera que no le corresponde y haciéndose acreedor de la vida de otros.
Santiago es el que marca el camino, quizás desde varias direcciones, pero que todas las sendas llegan a la misma meta. Santiago es el que en un momento dado deja todo lo que tiene, se olvida de sí mismo como pescador y se pone a echar las redes para lo que realmente merece la pena. No es el que impone el criterio a seguir por encima de aquello que no tiene que ser.
Santiago es el que desde el convencimiento a lo que ha conocido y que merece la pena, es capaz de proclamar "padre nuestro", sea del país que sea y en el idioma que sea. Simplemente reconoce en público al autor del que da sentido a su vida, llámese Dios o Alá. Sencillamente, padre nuestro.
¡cuántas veces vamos a un lugar a pedir algo y decimos, pide que el no ya lo tienes!. Santiago siempre tuvo la certeza que el no, no entraba en el vocabulario de quien se lo tenía que conceder. Supo pedir, y por ello se le ha
concedido. Quizás nosotros no sabemos pedir, a veces exigimos y la exigencia no es una buena consejera. La humildad quizás sea la tecla que nos falta a muchos, incluidos los que tienen en su mano la posibilidad de hacer realidad aquello que solicitamos.
"No nos dejes caer en la tentación" del odio, de la venganza. Sí es verdad que la realidad no nos deja pensar en frío, pero seguro que el ojo por ojo y el diente por diente, pertenece al Antiguo Testamento y , amigos, ya Jesús ha venido y estamos en el Nuevo Testamento, " Maestro, ¿cuántas veces tengo que perdonar?". Ufff, en Niza, Bélgica.... la tira.
Ojala que podamos acompañar a Santiago en una terracita con una cervecita o un te moruno.
Hasta la próxima
Paco Mira

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