Voz imperativa, de orden, de cumplimiento inmediato. Y me da la impresión que vivimos en una sociedad que lo que menos quiere son órdenes, mandatos e incluso mandamientos. Vivimos en una sociedad que bastante sumisa se encuentra, para que encima existan líderes que nos den ordenes que hay que cumplir y a veces no sabemos muy bien por qué.
Y curiosamente, el amor personificado en Jesús de Nazaret, parece que se ha unido a la mayoría y también ordena y dice, ¡levántate!, pues lo que faltaba. Nos cuenta el evangelio de hoy (Lc 7,11) que Jesús llega a un pueblo en el que hay un velatorio, un entierro, en el que una mujer da sepultura al único hijo que tenía: ¡que tragedia!. Se le moría lo más importante que tenía; se le moría toda la ilusión en la que había depositado su esperanza; ¿para qué seguir viviendo?. Sin embargo, en vez de una voz de aliento, de consuelo... en vez de una palmadita en la espalda y que le digan "sentido pésame", le dan una orden: ¡levántate!. Bastante tragedia tenía aquella viuda, aquella familia, aquel pueblo, para que encima vinieran con esas monsergas.
Sin embargo creo que hay que crecerse ante las adversidades. Creo y afirmo que Jesús tenía razón. La adversidad nunca tiene que estar por encima de lo bueno, de lo sustancioso... y por ello alguien nos tiene que decir, espabila, levántate... ¡cuántas situaciones en la vida de cada uno que tenemos que levantarnos!. ¡Cuántas madres y padres de nuestro mundo pierden y han perdido a sus hijos!.
El mundo no puede ahogar al ser humano y sin embargo cuantos han caído en mares y océanos de nuestra realidad de cada día. Cuantos han perdido la ilusión y las ganas de vivir, cuantos andan deambulando porque la lacra del paro les ha llevado y les lleva al desánimo, a la desesperación, a la angustia y... quizás están esperando a que alguien les diga ¡levántate!
Cuantos, en el mundo en el que vivimos, viven presos de la enfermedad, de la soledad, de la privación de libertad. Cuantos en las familias que nos han tocado vivir a cada uno, viven situaciones de desamparo, de anonimato... y que necesitan que muchos o unos cuantos al menos, necesitan que les digan ¡levántate!
Cuantas familias rotas por odios o mal entendidos infundados; cuantos quieren salir del mundo de la droga o del alcohol, cuantos se han metido en el mundo del juego y necesitan que alguien les diga con una voz imperativa y de orden, ¡levántate!
Lo más probable, es que muchas veces pensemos que tiene que ser alguien con una autoridad grande la que diga o de la orden; pero es que los cristianos, los que hemos heredado el mandamiento del amor, del que es Amor con mayúscula y por excelencia, es el que nos da la autoridad suficiente para decirle a los demás que hay que levantarse y continuar adelante. Que no hay que dejarse vencer por las adversidades que son muchas; que hay que afrontar la vida con optimismo, porque siempre va haber una mano amiga y tendida que nos dice con ánimo, porque así lo siente, ¡levántate!.
Es una buena ocasión para que nos preguntemos nosotros, cuantas veces hemos procurado buscar situaciones contrarias al decaimiento. Es una buena ocasión para que nos preguntemos la cantidad de veces que hemos echado una mano a aquel que lo necesita; es una buena ocasión para que nos preguntemos cuantas veces le hemos dicho a la gente, ¿oigan?, ¡levántense
porque no tiene sentido seguir parado!. No tiene sentido que un tal Jesús de Nazaret entregara su vida para morir, sino para que vivamos, no para situaciones de tanatorio que a veces se convierte en el objetivo central de nuestra vida. Malo es cuando nos quedamos en los funerales y no celebramos la vida.
Digamos y gritemos al mundo que la vida merece la pena vivirla y que en nuestras manos está el que otros compartan con nosotros la misma alegría. Dice el texto que a Jesús, al ver a aquella pobre madre, se le conmovieron las entrañas. Tendremos que preguntarnos nosotros si también nos ocurre lo mismo cuando vemos situaciones de muerte y no hacemos nada para que se conviertan en situaciones de vida.
Hasta la próxima
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