No lo que queremos mostrar, no lo que necesitamos mostrar, no lo
“evidente”. Lo escondido.
¿Qué será lo mío “escondido” que mirás? surge la pregunta; pero enseguida
vuelvo a la frase completa, y lo que más fuerza hace no es qué miras
en lo escondido sino que eres un Padre que mira. Y ahora sí, voy y
vengo en esa imagen: un PADRE que ME mira, y no superficialmente, miras cómo
nadie más me ve, y el modo de mirar que te conozco siempre es de una ternura
infinita, de un amor incondicional.
No sé mirarme así. Siempre viendo, incluso con las mejores intenciones de
cambiar para bien, mis puntos débiles, mis “lados flacos”, mi listado de
fragilidades. Como si el centro de la cosa pasara por mí.
Pienso en cuánto me importan las miradas de los demás. Con cuánta facilidad
me desaniman las miradas de desaprobación incluso de aquellos que sé que no me
conocen bien, y también con misma facilidad, cómo me entusiasman los aplausos –aunque
sean silenciosos y tomen diferentes formas- que me dan los mismos que no me
conocen tanto. Como si el centro de la cosa pasara por la mirada de los otros.
Pero ahora, escucho Tu Palabra, y estalla algo dentro que abre luz: TÚ
mirás lo secreto, lo escondido, lo íntimo, y mirás de un modo tan tremendamente
amoroso que yo no siento necesidad de esconder ni de justificar nada. Sólo
quiero estar delante Tuyo, y dejar que me mires, ser conciente de ese AMOR sin
condiciones al que me invitás a través de Tus ojos.
Quiero que la puerta
de entrada a esta Cuaresma nueva sea a través de ese abrazo Tuyo, que me
reconcilia con todo lo que soy; hacer experiencia de ese Amor que me hace nacer
otra vez a la alegría y me devuelve mi Nombre más hermoso, mi nombre de Hij@-amada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.