viernes, 28 de febrero de 2014

CON OJOS DE NIÑO


El otro día vino a comer a casa una persona querida de la familia y hablando un poco de todo, comentó que hacía ya más de un año que no se confesaba. Mi hija de 10 años, con su espontaneidad dijo inmediatamente: “¿Es que no quieres a Jesús?”.

Qué gusto si los mayores tuviéramos esa infancia espiritual de ver las cosas de Dios de una forma sencilla, que no simplona, con el corazón enamorado.

Siguiendo al hilo de la confesión, en un vídeo que vi del Papa Francisco, me encantó como exponía en una homilía la manera en que se acercan los niños a confesar. Son tremendamente concretos: “He pegado a mi hermano, he dicho una palabrota (y te la sueltan, por supuesto)…” y conforme nos vamos haciendo mayores, vamos ocultando cada vez más nuestras miserias, hablando en abstracto, de forma impersonal. Se nos va haciendo cada vez más borrosa la imagen de Dios Padre, que nos ama por encima de todo.

De jovencita vi una película bonita, “Love Story”, pero con una filosofía muy equivocada. El chico le decía a la chica que amar era no tener que decir nunca lo siento. Nada más lejos de la realidad, creo que cuanto más se ama, más nos damos cuenta de nuestra limitación y de la necesidad que tenemos de ser incondicionalmente perdonados.

A mi querida amiga le diría que hiciera una vista al confesionario y se recrease en sentirse hija muy muy querida de un Padre deseoso de salir a nuestro encuentro siempre, sin condiciones.

                                                           COQUE

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