MI QUERIDA IGLESIA, ESA IGLESIA MÍA, ESA IGLESIA NUESTRA
Seguro que si a los más jóvenes les pregunto que quien era Cecilia, muchos de ellos me dirán que no la conocen. Claro, murió en 1976. Se caracterizaba por una voz melosa, pero que encandilaba a los jóvenes de aquella época. Una de sus canciones, referida a España, es lo que da título a mi aportación de esta semana. Con su permiso, y aprovechando el día de la Iglesia diocesana, quiero hacer un guiño a mi querida iglesia, a esa Iglesia mía, a esa Iglesia que es de todos.
Una Iglesia santa, pero que muchos también la han calificado de pecadora, porque los hombres y mujeres que en ella están, no son perfectos y cometen fallos. Algunos graves, otros no tanto, pero que muchos tienen la capacidad de caerse y levantarse y poder continuar en el camino de la vida. Nuestra Iglesia, es una familia, la de nuestra Diócesis, en medio del Atlántico, casi a la buena de Dios, pero a la que llegan infinidad de gentes que tienen las mismas ilusiones que nosotros. Algunos pueden pensar que somos la suma de una inmensa cantidad de parroquias o de movimientos aislados que tienen su repercusión en la sociedad, pero en realidad somos una sóla Iglesia unida en la fe, en la esperanza y en el amor.
Vivimos en un mundo marcado, a veces, por el odio, el dolor, el rencor, la guerra, el hambre.. y nosotros, como Iglesia, estamos llamados a ser signos visibles de uidad en medio de este mundo dividido. Nuestras parroquias, nuestros movimientos, tienen una misión y un valor irremplazable. «Tú también puedes ser santo»: ¡qué profundo anhelo y reto el que nos queda!. La santidad como modelo ante un mundo cada vez más secularizado.
Pero si algo tiene que caracterizar a nuestra Iglesia es el amor a los más desprotegidos, a aquellos que menos cuentan en el mundo de hoy. Si algo caracteriza a nuestra iglesia tiene que ser la caridad, una Iglesia en salida que sale al encuentro de los demás, de los pobres, de los que se sienten lejos, de los que sufren. La Iglesia diocesana tiene que hacerse presente como rostro de Cristo servidor. Por ello, el día de la Iglesia Diocesana tiene que ser el espejo de la solidaridad: sostenemos a los que menos tienen, a los que menos pueden llegar a la meta establecida. Quizás Jesús también nos tiene que dar con el látigo del empujón, de espabilarnos, de menearnos para que seamos capaces de dar razón de nuestra fe.
Pero también nuestra Iglesia tiene que ser misionera, evangelizadora, una Iglesia en salida, una Iglesia que anuncia con alegría, que acompaña con ternura y que camina junto a su pueblo. Nuestra Iglesia diocesana tiene que ser una Iglesia que escucha, acoge, acompaña y evangeliza desde la cercanía. Es un día para reconocer y valorar a todos aquellos que gastan y desgastan su tiempo para otros con el compromiso de la Iglesia. Es una pena que, a veces, no sintamos a la Iglesia como algo nuestro, de casa, que camina con nosotros.... es una pena que veamos en la Iglesia simplemente en los defectos – que los tiene – y no reconozcamos a la cantidad inmensa de gente que desde su compromiso evangélico trabaja en esta maravillosa familia que llamamos Iglesia.
El día de hoy tiene que suponer un reto para todos nosotros, para que seamos capaces de ver cuál es nuestro papel en nuestra familia eclesial.
Feliz día de la Iglesia Diocesana a todos. Feliz día de nuestra Iglesia.
Hasta la próxima
Paco Mira

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