SANTOS Y DIFUNTOS: FELICIDAD Y HUELLA
A veces pensamos que solamente son santos aquellos que nos encontramos en las peanas de nuestras iglesias. Aquellos que han sufrido y mucho en la vida para llegar a la santidad. Es más, la Iglesia le ha buscado un hueco en el calendario, muchos de nosotros llevamos el nombre de alguno de ellos e incluso llegamos a mercadear con ellos, ya que si nos ofrecen algo de lo que nosotros pedimos, siempre lo tendremos a nuestro lado. Y en el caso de no hacernos caso, hasta los castigamos.
Pero hay muchos santos que no están en las peanas de nuestras iglesias. Caminan con nosotros en el camino de la vida, van al supermercado, nos acompañan en momentos de dolor, van a la farmacia, trabajan en el sur, son padres y madres de familia, se ríen y alegran con los momentos de felicidad de otros... son los que el Papa Francisco llamaba los santos de la puerta de al lado.
Seguro que todos nosotros nos preguntamos que qué carrera hay que estudiar para ser santo, o dónde se consigue el diploma o título para que nos reconozcan tal mérito. Y la verdad es que para ser santo hay que solamente tener dos cosas: ser bueno y ser feliz y eso que parece tan simple y sencillo, no es fácil de conseguir. Ser bueno y feliz porque el mismo Jesús lo dice: Bienaventurados, dichosos, felices los que trabajan por la paz, por la justicia, los que lloran con los que lo pasan mal, los que se rien de la felicidad ajena, felices los que buscan el bien de los demás... en definitiva vivir la vida de Jesús y claro eso no es fácil.
Hay muchos que ya han llegado a la casa del padre; ya están gozando de la felicidad eterna, son felices con Padre Dios, pero por ello no debemos de olvidarnos. No debemos de olvidarnos de los que han cumplido una misión en esta vida y ojalá que nos hayan dejado la huella suficiente para que tengamos el orgullo y la valentía de recordarlos con el amor y el cariño de quien nos ha precedido en la vida.
Muchos nos han dado su vida; muchos nos han enseñado los valores fundamentales del ser humano; muchos nos han guiado con su ejemplo para que nosotros también seamos ejemplo para los demás. Es por ello que, en el recuerdo de un corazón agradecido, esas personas siguen presentes entre nosotros, han resucitado en la vida de Padre Dios, una vida que no se acaba.
Recordemos que nuestro Dios es un Dios de vivos, un Dios que camina al lado de todos y cada uno de nosotros; un Dios que cuando nos caemos nos tiende la mano para levantarnos; un Dios que sigue estando con el que sufre, con el olvidado, con aquellos que tienen que dejar su casa, su familia, sus raíces e ir a otra tierra que no saben si va a manar leche y miel.
Recordar a los difuntos es recordar la Vida de quien nos ha dado la vida y por ello la celebramos. Recordarlos a ellos significa seguir la huella que nos han dejado. Esta solemnidad es un toque de atención a nuestra vida. Estamos a tiempo de poder cambiarla, de enderezarla, de convertirnos a un Dios que ama y quiere la vida.
Hasta la próxima
Paco Mira

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