HOY EL SEÑOR RESUCITÓ
Ayer enterramos a Jesús, en un sepúlcro que le dejaron. Allí acudieron unas mujeres para que no le faltara ningún detalle, ni nigún cuidado a un cadáver muy descuidado.
El Viernes Santo, ayer, decíamos que Jesús en la Cruz nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados. Mirábamos tambíen a aquellos que tienen como sepúlcro la inmensidad del mar, tras caer abatidos en pateras de injusticia. Los arriesgados del mundo que con el deseo de vivir y de poder dar vida a otros, se lanzan a la aventura de un mar de turbulencias. Vienen con la dignidad de lo humano, con el deseo de la vida y se encuentran con lo indigno del fracaso, del abuso y con la muerte no deseada.
Pero no sintiéndonos defraudados en nuestras esperanzas sino con paciencia, confiando en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada uno, para la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de Jesús en la Cruz. Y hoy estamos celebrando que, como indica el título de la Bula de convocatoria del Papa en el Jubileo 2025, esa esperanza no defrauda. Cuando el evangelio nos invita a estar vigilantes, a no dormirse y a estar despiertos, se refiere a los signos del amor.
El testimonio de la resurrección pasa por el grito constante de la visión de esos signos, porque no se enciende una vela para ocultarla. La luz de los que aman ha de estar siempre en el candelero y no para presumir, sino para que otros puedan ver bien, y hacer posible el mandamiento de «amar como él nos ama». Yo, si me lo permiten, destacaría algunos signos de ese amor.
Recuperar la esperanza de la vida, la vida como paternidad y maternidad responsable. Es un signo de amor y resurección porque es un motivo de esperanza, porque depende la esperanza y produce esperanza y la esperanza no defrauda como dice el Papa Francisco.
Los jóvenes y sus ideales. Son ellos los que están en el momento de mayor esperanza, los que con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No hay nada más triste que un joven sin esperanza. Ojalá que la resurección sea en la Iglesia una ocasión para estimularlos, que tengamos tiempo para estar cerca de ellos que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo.
Esperanza para los migrantes: cada vez más suena atronador el grito de aquellos que dejan su tierra, su familia, sus raíces... en busca de un cielo nuevo y una tierra nueva, como lo hizo el pueblo de Israel. Hemos de liberarnos de prejuicios y cerrazones y caminar por la via de la acogida y de los brazos abiertos. Abramos las puertas de nuestras comunidades para que a nadie le falte la esperanza de una vida mejor.
Esperanza para los pobres. Los pobres son los que más esperanza necesitan y se merecen. No podemos apartar la mirada ante situaciones como las que se viven en ciertas partes del mundo. Pobres que muchas veces no están muy lejos de nuestra casa: problemas de vivienda, de salud, de comida... En ellos el resucitado nos muestra las heridas del crucificado para revelarnos que se identifica con ellos.
Esperanza para los mayores y su soledad. Frente a la soledad abandono y tristeza de los ancianos estamos llamados a una nueva mirada de cuidados y ternura con respecto a ellos. Hemos de valorar el tesoro que son y su experiencia
de vida. Ellos han sido transmisores de la fe y de la sabiduría para nosotros. En ellos encontramos arraigo, comprensión y aliento.
Esperanza en la casa común. Es necesario que aquellos que poseen riquezas, sean generosos reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad, especialmente aquellos que carecen de agua y de comida. El hambre es un latigazo escandaloso en el cuerpo de nuestra humanidad y nos invita a sentir remordimiento de conciencia. Cuidar nuestra tierra es cuidarnos a nosotos, porque somos agua, aire, tierra, cielo, luz...
Esperanza en la resurrección: Somos hijos del evangelio del crucificado que ha resucitado. Los cristinanos no nos enterramos con nuestras vidas, sino que dejando nuestros restos mortales en el sepúlcro, sembramos nuestra vida en Cristo esperando resucitar con él. Por eso sentimos y creemos que la historia de la humanidad no termina con la muerte, que esta no tiene la última palabra, sino la vida.
Es la resurrección la que justifica toda la historia y le de sentido a todo lo vivido, llevándolo a la plenitud. Habrá justicia y salvación y eso nos mueve al compromiso de la construcción de un mundo mejor, elaborando los materiales del Reino de la Vida. Porque hoy el Señor resucitó y de la muerte nos libró. Aleluya.
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