EL PESO DE LA LEY, EL PERDÓN
El peso de la ley debe caer con toda su fuerza y rigor sobre una mujer sorprendida en adulterio. Porque, claro, la ley está para cumplirla, repetimos a menudo, sin pensar demasiado para nada en lo que decimos y la ley de Moisés manda apedrear a las prostitutas. No hay escapatoria posible, es evidente: hay que apedrearla, ejecutando la sentencia que la ley dicta. Y no puede haber perdón, pues entonces la ley sería innecesaria.
En esta etapa final de la Cuaresma es muy habitual que en las comunidades parroquiales, se organicen celebraciones penitenciales comunitarias, con confesión y absolución individuales. Y, salvo excepciones, de año en año se nota la disminución de la participación en estas celebraciones. Y lo mismo ocurre el resto del año: cada vez son menos los fieles que piden confesión. Las causas son muchas: separación entre fe y vida, pérdida del sentido del pecado pero hay una que supone un fuerte obstáculo: ‘Decir los pecados al confesor’. Muchos piensan que por qué deben contarle al cura sus pecados, y por eso prescinden de este Sacramento.
La mayor desfiguración del Dios de Jesucristo es aplicarle el rostro de juez y de condena. Pasar de la bendición al miedo es lo propio del pecado y del alejamiento de Dios, aún cuando se haga en su nombre. La historia lo es de salvación por voluntad propia del que la dirige y acompaña. El enfrentamiento de Dios contra el mal y el pecado sólo lo es en función de la curación, la sanación y la liberación de los que están sometidos y lo sufren.
El pasaje de la mujer adúltera es una lección para los que se creen justos y desprecian a los demás. El filósofo dijo que «el hombre era lobo para el hombre», es decir un ser que se realiza destruyendo, sometiendo y devorando al otro. Tal vez la definición sea exagerada, pero observando el medio ambiente político que vivimos y los acontecimientos bélicos del momento, algo de verdad puede tener..
Desde una observación imparcial es imposible no ver como hay personas que parecen realizarse solo cuando encuentran carnaza que devorar, cuando tienen a tiro de piedra algún adúltero o adúltera, con quien desahogarse dando rienda suelta a la violencia que generan sus propias frustraciones activando sus malas maneras. Así regocijándose en la miseria del otro, muestra el fariseo-hombre-lobo su personalidad: es un ser acomplejado e inseguro.
Aquellos que pretenden poner en evidencia a Jesús a costa de la mujer adúltera, pertenecen a ese gremio de los fariseos-hombres-lobo comedores de carroña, raza de los que se creen impecables y por tanto convencidos de su derecho a juzgar y decidir sobre los demás con total impunidad. Incluso en nuestras comunidades parroquiales: cáritas, liturgia, catequesis... nos creemos por encima de los demás.
Pero el encuentro sincero con Jesús, hizo que aquellos fariseos tuvieran la honradez de mirar su propia pecado y desde ahí fueron capaces de mostrar misericordia. Aquellos judíos acusadores son pues, criticables por una parte, pero dignos de consideración por el valor de reconocer su propio error. Iniciaron ahí su conversión al Dios del perdón.
Este domingo, previo al domingo de Ramos, el evangelio nos pone ante nosotros mismos. Quiere que miremos nuestras manos cargadas de piedras dispuestas a ser arrojadas sobre los demás sin misericordia. Deberíamos preguntarnos si estamos libres de pecado; si no somos tan miserables como los adúlteros que los que apedreo con mis juicios mentales y con mis palabras. Con qué derechos nos erigimos en acusadores de nuestros hermanos.
El perdón de Dios nos abre a una vida nueva, como a la mujer pecadora del evangelio y quien sabe si también a los acusadores.
Hasta la próxima
Paco Mira
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.