Te contemplo, Jesús, en la casa de Pedro y de Andrés. Allí se reúne el germen de tu futura Iglesia. Es el hogar, el lugar de la fraternidad, del sosiego y la intimidad. Es el lugar del servicio, de la escucha y la disponibilidad. Allí hay una persona con fiebre. Es una persona importante de la casa que condiciona lo que se puede hacer o no en ella. Lo normal sería dejar de hacer actividad para respetar su descanso y recuperación. Pero Tú, Jesús, la tomas de la mano y la levantas a la vista de todos, y lo más importante, la poner a servir. La casa de nuevo se llena de actividad y de vida. Los que necesitan de Jesús pueden entrar y salir de ella sin obstáculos ni impedimentos. ¿Seré, Señor ahora mismo esa persona que padece la fiebre de la falta de entrega y de servicio? ¿Estaré cansado y desmotivado, trabajando al mínimo y con el deseo de que los problemas no se me acumulen? Que no sea un estorbo, Señor. Que no lo sea ni por la inactividad ni por la negatividad. Que sepa valorar, animar, hacer sitio, buscar siempre lo positivo, lo que construye, lo que produce fraternidad.
Sé que a veces me derrumbo y que la fragilidad de mi propio ser me asalta y me paraliza.
No siempre estoy igual. A veces es razonable lo que me pasa; pero otras veces son pura disculpa, o de deseo de llamar la atención.
Tómame de la mano y levántame, Señor. Cura mi fiebre de análisis negativos, aunque sean hechos con inteligencia. Cura mi fiebre de imposiciones o de querer espacio de poder y protagonismos. Cura mi fiebre de nadar al revés que todos.
Cura mi fiebre de hacer que trabaje, pero con el corazón envenenado.
Haz que en tu casa, que es la mía, tenga siempre el delantal del servicio puesto y la disponibilidad del corazón para que todos los que quieran acercarse a Ti lo puedan hacer, Señor.
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