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Te contemplo, Señor, en tu Galilea, lleno de ilusión, proclamando la cercanía de Dios a las personas.
Nos las juzgas ni las condenas, no las sermoneas, ni les afeas sus malas acciones. Simplemente las bendices, y a partir de tu bendición, que siempre es sanante, las invitas a la conversión. Tu estilo es novedoso.
Das sin recibir primero; anuncias sin pedir nada por adelantado.
Eres esa acequia de Dios llena de agua que riegas los surcos resecos con la esperanza de que la tierra reverdezca, sin pedir cosecha antes de tiempo.
Para algunos tu estilo es un derroche, una inversión llamada al fracaso, una ropa demasiado cara para vestir a quienes carecen de elegancia.
Pero se trata de tu pedagogía divina, que es diferente y novedosa.
Al que merece castigo lo amas doblemente; al que ya se da por imposible lo sientas a la mesa.
Crees en la capacidad de reacción de cada persona. Y sabes que tu gracia nunca se pierde: escondida en el baúl último de cada existencia, puede llegar a ser el recurso que recomponga la vida cuando ya una persona esté cansada de beber en aljibes agrietados. Acoger tu evangelio va cambiando mis valores, va adaptando mi justicia a la tuya.
Yo sólo recompenso a los que son buenos conmigo. Tú agasajas incluso a los que no se lo merecen. Y este estilo tuyo quieres que sea contagioso. Por eso has tocado el corazón de gente sencilla, de personas frágiles como yo para que publiciten tu pedagogía. Y esa gente comunica cosas como esta: *“yo no soy una persona buena, pero Dios está derramando su bondad en mí”.* Y te alegras cuando alguien recibe tu bendición y va curando lentamente, pero de forma efectiva, las heridas de su vida. Sigue yendo de pueblo en pueblo, de esquina a esquina, bendiciendo Señor. Sé que nuestro mensaje hoy no es percibido siempre como buena noticia y que nuestras redes atrapan pocas personas. No dejes de bendecirme, Señor, para que con paciencia, con mucha paciencia, y la pedagogía de tu Espíritu, retome tu estilo y mi corazón no se endurezca ante las dificultades del momento presente.
Que no niegue tu bendición.
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