Ha trastocado y sigue trastocando, y si no que se lo digan a tantas y tantas ciudades y pueblos de España que creyendo que estaba todo arreglado, resulta que hay que dar marcha atrás porque las cosas no se estaban haciendo bien. Leía, días atrás, que en Suecia, el gobierno simplemente había recordado a la población lo que no podía hacer si querían erradicar en mayor medida el virus. No hicieron falta medidas sancionadoras, no hizo falta confinar nada... sencillamente el pueblo sueco se sintió responsable y actuó en consecuencia.
Pero he ido al diccionario a buscar la palabra responsabilidad. Esa palabra que tanto está en boca de muchos de nuestros dirigentes, que tanto se nos recuerda, que se nos dice que cumplamos y actuemos como tal... y el diccionario me responde que responsable es aquella persona (entre otras definiciones) que es digna de crédito. Es decir: fiable.
En nuestra vida de fe y con las primeras comuniones, me viene a la mente nuestra credibilidad, es decir nuestra responsabilidad. Es verdad que el virus nos ha impuesto una distancia social, pero no una lejanía absoluta y total de aquello que decimos que creemos y amamos, y llamamos Jesús de Nazaret. Hemos pasado de la primavera eclesial al otoño eclesial. Hemos pasado de la alegría de la primavera, sol, calorcito, bullicio de niños en plazas y jardines.... a la caída de la hoja, tiempo fresco, colegio que impone tareas y los niños ya no están en plazas y jardines.
Me ha decepcionado que en todo este tiempo en el que hemos podido compartir la fe - con aforo limitado - que todos esos padres no se apuntaran a la responsabilidad de acercarse con sus hijos a compartir la fe indicándoles a ellos cual ha de ser el camino de un verdadero seguidor de Jesús. Era curioso como en nuestras celebraciones, solamente había niños que iban con sus abuelos, probablemente porque no tenían con quien quedar: ¡qué grandes los abuelos!.
Sigo apelando a la responsabilidad y a la credibilidad para que demos a nuestros hijos aquello que creemos que es importante, no le demos algo en lo que nosotros no creemos o peor todavía, que no damos ejemplo de ello. Seguro que puede ser como el evangelio de este fin de semana en el que el dueño manda a trabajar en su viña, le dice que no, pero luego se arrepiente. Los padres, con los hijos, ahora han vuelto, porque la fecha se aproxima.
Muchas veces decimos que no a infinidad de cosas, incluida la fe, pero los avatares de la vida nos llevan a arrepentirnos y hacemos aquello que creemos que tenemos que hacer. Tenemos un Dios que siempre es el de las segundas oportunidades. Tenemos un Dios que nos sigue invitando a su viña, aunque le digamos que no mil veces. Siempre estamos a tiempo de ir.
Ojala que las primeras comuniones de nuestros hijos no se queden en el tiempo del otoño, sino que, a pesar del mes del calendario, sea siempre primavera, alegría, jovialidad... y vayamos a la viña, aunque en alguna ocasión le digamos que no.
Hasta la próxima
Paco Mira
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