sábado, 19 de abril de 2014

SÁBADO SANTO


               EL SILENCIO DEL SÁBADO SANTO

Lo que hace que este día sea "santo" es que está preñado de una esperanza cierta. Después de unos días muy intensos en los que todo se ha sucedido con rapidez, casi sin frenos, la liturgia se calla, los altares de callan, las bocas que cantaban se callan. Todo se sume en el silencio, pero no es un silencio hueco, vacío, desprovisto de todo. Es un silencio que alberga la vida y que la contiene antes de que ésta explote. El sábado santo es como el brote nuevo que vemos en el árbol justo antes de explotar en flores rebosantes de color, de vida, de savia nueva. Como el brote que alberga la rama seca del que brotará una nueva rama alimentada por el brío incontenible de la primavera. Sí, el sábado santo sabe más de vida que de muerte porque, aunque anda de ambos equidistante, deja atrás lo que la cruz clavó y el sudario cubrió y promete la luz de una mañana soleada, brillante, plena.


¿Quién me dará unos ojos vivos,
despiertos,
profundos,
alegres,
limpios,
hondos,
claros
y transparentes?

¿Quién me dará unos ojos abiertos,
sabios,
honestos,
atentos,
llorosos,
prudentes,
tiernos
y acogedores?

Porque los que ahora tengo están ciegos,
sucios,
tristes,
heridos,
pitañosos,
enfermos,
solos
y sin horizonte.

¿Quién me dará unos ojos nuevos,
evangélicos,
pascuales,
para verte
y ver lo que Tú nos ofreces
día y noche
a raudales
y gratis?

¡Dame, Señor, unos ojos nuevos
que te vean y te revelen!
¡Dame unos ojos pascuales!




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