LOS POBRES SERAN
PRIORITARIOS
Algo que estamos experimentando con fuerza en este siglo XXI es nuestra fragilidad y vulnerabilidad: crisis económica, catástrofes naturales cada vez más violentas, la pandemia del coronavirus, guerras, consecuencias del cambio climático… En cualquier momento y por muchas circunstancias nuestra vida puede dar un vuelco y, como dijo el Papa Francisco en su oración extraordinaria durante la pandemia, esto «deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades». Pero, a la vez, esta conciencia de fragilidad y vulnerabilidad puede tener un aspecto positivo: «Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente».
En esta línea, la Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerda que nadie, por sus éxitos o capacidades personales, o por su situación social o económica, puede creer que está ‘a salvo’: “Llega el día en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja” (1ª lectura); y, en el Evangelio, “como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: «esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida»”.
Esto ha de llevarnos a tener presente lo que también dijo el Papa Francisco: «En esta barca, estamos todos. Descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos». Hoy, como Iglesia, celebramos la Jornada Mundial de los Pobres, este año con el lema: ‘Tú, Señor, eres mi esperanza’, unas palabras que, como dice el Papa León XIV en su Mensaje, «brotan de un corazón oprimido por grandes dificultades» (1). A todos nos pueden afectar grandes dificultades, por lo que todos, en un momento dado, podemos ser y sentirnos ‘pobres’. De ahí la llamada a vivir la esperanza cristiana: «Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza, nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera» (5).
Como «en esta barca estamos todos», en ese ‘nosotros’ están también incluidos quienes sufren en propia carne la pobreza en su aspecto más dramático, y el Señor nos llama a ayudarles a que descubran ‘la esperanza que no defrauda’, como indica la Bula de convocación del Jubileo. «La invitación bíblica a la esperanza conlleva el deber de asumir responsabilidades coherentes en la historia, sin dilaciones. La pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas» (5).
En la 2ª lectura, san Pablo decía: “Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo”. En este sentido, el Papa León ha publicado recientemente su exhortación apostólica ‘Dilexi te’ (‘Te he amado’), sobre el amor a los pobres, y nos recuerda que «la vida de las primeras comunidades eclesiales se nos ofrece como ejemplo a imitar y como testimonio de la fe que obra por medio de la caridad, y que continúa como exhortación permanente para las generaciones venideras» (34). Y que «el cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos. Por tanto, debemos sentir la urgencia de invitar a todos a sumergirse en este río de luz y de vida que proviene del reconocimiento de Cristo en el rostro de los necesitados y de los que sufren. El amor a los pobres es un elemento esencial de la historia de Dios con nosotros. El amor a los que son pobres —en cualquier modo en que se manifieste dicha pobreza— es la garantía evangélica de una Iglesia fiel al corazón de Dios» (103).

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