LAS PALABRAS SE LAS LLEVA EL VIENTO
No hace mucho, todo el mundo desde la tristeza de la despedida del Papa Francisco, esperaba con expectación la llegada de uno nuevo. Se hacían conjeturas sobre el nombre: nos íbamos a Asia, nos quedamos en Italia, alguno deseaba que fuera alguien del continente hermano de Africa. Y al final nos fuimos a Norteamérica, a un misionero, a un agustino cuyo fundador dijo Ama y haz lo que quieras, un hombre de raíces españolas... un León que tiene que rugir en la selva de la vida y que el primer deseo que tuvo, sus primeras palabras fueron: deseemos la paz y contruyamos puentes.
¿Por qué es tan difícil la paz? ¿Por qué fracasa una y otra vez el diálogo? ¿Por qué se vuelve una y otra vez al enfrentamiento y a la agresión mutua? ¿Por qué se ponen tantos obstáculos a la concordia? Una cosa es cierta: No cualquier persona puede sembrar paz, solo quienes poseen paz pueden ponerla en la sociedad. Con el corazón lleno de resentimiento, de intolerancia, de dogmatismo, se puede movilizar a algunos sectores; con actitudes de prepotencia, de hostilidad, de agresión, se puede hacer política y propaganda electoral, pero no se puede aportar verdadera paz a la convivencia de las gentes.
Nos falta paz porque nos faltan hombres y mujeres de paz. Quienes la poseen en su corazón la llevan consigo y la difunden. Jesús nos dice: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Mucha gente tiene hambre de Jesús y de su paz. Estamos llamados a ser una Iglesia en salida, caminando juntos, en sinodalidad, hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio, con cristianos que acojan el Espíritu de Dios, no pierdan la paz y la siembren.
Cuando en la iglesia se pierde la paz no es posible recuperarla de cualquier manera ni sirve cualquier estrategia. Es necesario convertirnos humildemente a su verdad, movilizar todas nuestras fuerzas para desandar caminos equivocados y dejarnos guiar por el Espíritu de Dios.
Son muchos los conflictos que sacuden nuestra sociedad. Además de tensiones y enfrentamientos que se producen entre personas y en el seno de las familias, graves conflictos de orden social, político y económico impiden entre nosotros una convivencia pacífica. Para resolver los conflictos hemos de hacer siempre una opción: o escogemos la vía del diálogo y del mutuo entendimiento o seguimos los caminos de la violencia y del enfrentamiento. Por eso, muchas veces, lo más grave no es la existencia misma de los conflictos, sino que una sociedad termine creyendo que los conflictos solo se pueden resolver por la imposición de la fuerza.
A veces pensamos que los conflictos de dan fuera: ¡cuántas peleas no hay en nuestras comunidades parroquiales!¡cuánto afán de protagonismos que lleva al enfrentamiento con otros miembros de la comunidad. “en esto conocerán que son mis discípulos: que se aman los unos a los otros”. ¡cuántos codazos nos damos para llegar a los primeros lugares y a veces ponemos hasta zancadillas para que el otro no llegue primero que yo.
Vivamos y enseñemos nosotros el valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera que fueran sus ideas y su procedencia en el origen, incluso respetemos, como decía el Papa Francisco, su propio pecado.
Los grandes santos fueron hombres y mujeres de Dios, pero también de gran compromiso solidario y cuando decimos que son hombres y mujeres de Dios, queremos decir que son hombres y mujeres que aúnan la oración y el servicio a los demás, especialmente a los pobres.
Hasta la próxima
Paco Mira
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.