viernes, 4 de octubre de 2024

LA UNIDAD COMO BANDERA

 


 

En la vida en general y en la de los cristianos en particular, hay cosas que se dan por hecho, porque parece que son evidentes, pero que sin embargo no se cumplen o no hacemos que se cumpla. ¿los cristianos tenemos que ser uno?. La teoría nos dice que sí, sin embargo la práctica nos va a decir que no siempre sucede aquello que deseamos. Triste, pero cierto.

El evangelio de este fin de semana, me lleva a pensar que la comparación del divorcio que nos propone, es una buena señal para que nosotros pensemos que en nuestra Iglesia, en nuestra querida Iglesia también hay divorcio. Y hay divorcio porque la unidad no se ve ni en las alegrías ni en las penas, ni en la salud ni en la enfermedad, ni en las ilusiones y esperanzas como tampoco en los fracasos. Hay veces que en mi querida Iglesia, brilla el ¡sálvese quien pueda!

Ahora que nos volvemos a reunir en el Sínodo, ya con las reuniones finales antes de rubricar el documento que sirva de guía para los próximos años; ahora que hemos cantado en más de una ocasión juntos, juntos somos más, ahora que en nuestra Diócesis hemos celebrado el II encuentro diocesano de pastoral dando la imagen – espero que real – de caminar en la misma dirección, urge el que la unidad sea la bandera de cualquier iniciativa eclesial.

Quiero creer que el mensaje del Génesis, al margen de lo mitológico que pueda tener, es válido en el mundo de hoy para seamos todos una sola carne. Ahora que los silbidos de las balas afloran en una sinfonía trágica de la vida en ciertos lugares del mundo, algunos de especial relevancia para el cristianismo, es cuando todos tenemos que caminar al unísono para romper esa partitura de la tragedia de la vida. Sobre todo desterrar a aquellos que se empeñan en corregir y afinar las notas de la muerte y de la destrucción.

Hemos de ser uno y desterrar el océano del dolor o del cementerio atlántico, donde tantas vidas humanas, deseosas de la vida, el agua se presenta como una trampa donde no llegamos a tiempo para contemplar el amanecer de un nuevo día. No nos ponemos de acuerdo y regateamos en los mercadillos políticos con las vidas humanas para repartir, sin saber cómo ni por qué, en lugar donde no sabemos cómo va a resultar.

Me da la impresión que lo que cuenta la carta a los hebreos, nosotros lo hacemos al revés. Proviniendo todos del mismo Padre, no nos debemos de avergonzar en llamarnos hermanos, pero entiendo que más que hermanos somos, dentro de la misma familia, completamente desconocidos. No somos capaces de abrazarnos y querernos para ello.

Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre: ¡qué lejos estamos de esa realidad!. Estamos empeñados en llevarle la contraria a nuestro Padre. Estamos empeñados en divorciarnos y repudiarnos los unos a los otros en intereses partidistas que no llevan ni conducen a ninguna parte. Lo que nos une en Jesús, tiene que ser indisoluble si realmente el corazón está en cada uno de los acontecimientos que ponemos en ello.

Ojalá que tengamos en nuestra Iglesia las puertas abiertas a quienes el hombre ha castigado con su indiferencia, con su ignorancia, con su desprecio, ... que les ha tenido separados de no poder compartir, vivir y celebrar la fe con aquellos que nos creemos en posesión de ciertas verdades infundadas. Ojalá que nuestra Iglesia, sea una Iglesia no de hermanos divorciados, sino de hermanos que caminan sinodalmente unidos, que tienen proyectos comunes y que siguen la estela y la huella de un Dios que nos ama y nos quiere.

Por desgracia y a lo largo de la historia, nuestra querida Iglesia ha fomentado más la desunión que la unión, aquello que Dios había unido, el hombre se encargó de separar e incluso a veces de forma violenta.

Es curioso que este fin de semana se tiene presente a aquellos que padecen depresión. Que por la soledad y el abandono no nos entre la depresión y podamos convertirnos en verdaderos artífices de alegrías, ilusión y buena noticia que llamamos evangelio y por ello damos las gracias.

        

Hasta la próxima

Paco Mira

 

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