Oración con el evangelio de este fin desemana.
Gracias, Señor, por recordarme lo que constituye la base del comportamiento de un creyente. Tengo el peligro de no darle importancia al evangelio de hoy porque lo considero básico y ya sabido. Y, sin embargo, en el fondo es lo que siempre me falta.
Un corazón a veces dividido como el mío no te ama como te mereces.
Es cierto que te quiero, pero no Te tengo en el lugar que Te mereces. Cada vez que ocupas el centro, todo tiene cabida y sentido; nada se impone, y no pierdo la libertad y el sentido de la vida.
Cada vez que te desplazo de sitio, todas las cosas quieren ocupar Tu puesto, y me convierto en persona frágil e inmadura.
No permitas que me ame como si fuera un dios a nada ni a nadie. Cuando Te tengo en el centro descubro con mayor facilidad a las personas como hermanos, como “prójimos”. No me molestan tanto sus continuas urgencias y acepto mejor la manera de ser plural de cada uno y en ocasiones conflictiva. Aceptándome delante de Ti, acojo cada día como a una oportunidad a las personas con las que convivo a diario, y a las otras que aparecen como regalos o como retos.
No siempre mi tono vital en el encuentro con el otro es serneno, acogedor y comprensivo.
Reconozco, Señor, que hay personas que me cuestan.
Probablemente lo mismo digan de mí otras personas. Haz que me renueve cada día en el amor en medio de una humanidad tan llena de conflictos y que parece no saber entenderse.
Que mi amor no sea un sentimiento vacío, sino hecho de gestos concretos, de pobreza compartida, de escucha y acogida.
Que no me canse de amar, Señor, pero para que eso sea posible, ocupa siempre el centro de mi corazón.
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