Hoy les tengo que dar las gracias. Y lo hago con mayúsculas, GRACIAS. Ya van 500 blogs que escribo y lo hago porque ustedes me animan cada semana a ello. Podría hacerlo mejor, de otra manera, con otro estilo, de otra forma, con otro talante… pero así se escribe con la intención de ayudar a que se cumpla, primero en mí y luego en quien quiera. Insisto en GRACIAS.
Cuantas veces hemos oído, «no sé si hay Dios o no, pero tengo la sensación de que todo se acaba con la muerte. Es una pena. Quisiera creer otra cosa, pero no puedo. No sé quién me podrá convencer de lo contrario». Palabras dichas por gente que incluso acaba de celebrar la Semana Santa, en su triduo completo.
¡Qué fácil es comprender este género de confesiones! Todos llevamos dentro el deseo de una vida eterna, incluso creo que hasta los que no creen en Dios. Todos querríamos, tras la muerte, volver a ver a nuestros seres queridos, conocer una vida nueva y dichosa, ser felices para siempre. Pero está la muerte con su oscuridad y su misterio cerrándonos el paso a cualquier ilusión ingenua.
Tal vez por esto mismo, no es una insensatez el interesarnos por lo que se dice de Cristo y lo que este despierta. Esta Semana Santa cuando algún paso procesional pasaba por las calles de nuestro pueblo, muchos descubrían la cabeza, se levantaban de un banco público, dejaban los niños de jugar, los policías saludaban… Hay algo que no se puede negar: nunca, en ningún lugar, y de nadie se ha afirmado algo parecido a lo que la fe cristiana se atreve a confesar de Cristo cuando dice que ha “sido resucitado de entre los muertos”. ¿Está aquí el secreto último de la vida?
Vivimos en la época de la tecnología. En la época en la que se nos invita a tocar más que a creer. Hoy ya prácticamente no pensamos porque tenemos máquinas que lo hagan por nosotros. Antes, por ejemplo, para ir de viaje, consultábamos el mapa (aquellos mapas enormes que siempre iban en la guantera del coche), ahora una señorita muy amable nos guía con el GPS y prácticamente no hay error, salvo excepciones. Tomás también quiso tocar, más que creer. Muchos piensan como Tomás: ¡demuestra la existencia de Dios!, ¡Cómo va a ser hijo del Espíritu Santo!, ¡cómo va a resucitar a los tres días!... y podríamos seguir haciendo afirmaciones que en el fondo son preguntas, para muchos sin respuesta. Ojo, creyentes y no creyentes.
Hoy, creo, sigue todo mezclado y confuso: vida, muerte, sentido, sinsentido, justicia, injustica; todo parece en desorden y a medias; dentro de nosotros mismos luchan el deseo de la vida eterna y la desesperanza o la duda. ¿Será verdad que no todo se acaba con la muerte?, ¿será cierto que al final está Dios rescatando al ser humano para una vida nueva y feliz?
Tomás es el prototipo de muchos de nosotros en un mundo donde casi Dios no tiene sitio, no tiene lugar; un mundo donde a Dios se le busca un lugar en el trastero de nuestro corazón y al que solo acudimos en caso de necesidad (bautizos, entierros y alguna que otra boda).
Hoy no sólo necesitamos reformas religiosas y caminar en sinodalidad. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Necesitamos abrir puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Tomás, Paco, Juanita, Alicia, Pino… siguen diciendo si no toco no creo. Pero Jesús nos sigue diciendo a todos lo mismo y nos sigue invitando humildemente. «No seas incrédulo, sino creyente». Porque ¿has visto has creído?, «dichosos los que crean sin haber visto». El mundo necesita de ti y de mí, de gente cuyo testimonio haga que tocar el cuerpo de Jesús no sea un artículo prohibido.
FELIZ PASCUA 2023
Paco Mira
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