jueves, 2 de febrero de 2023

UFF, ¡PERO QUÉ SOSO ERES!



 

La sal es un tema que hasta los propios cocineros muchas veces no se ponen de acuerdo: ¿las comidas han de llevar sal? ¿Es más sano comer sin ella?, ¿hacen bien los que se la ponen al gusto de todos en su justa medida?. Sin embargo,todos hemos de reconocer que la sal le da sabor, gusto a cualquier plato que se precie.

El evangelio no da puntada sin hilo. El domingo pasado se nos recordaban las bienaventuranzas. Hoy el evangelio de la sal y la luz. Aunque los discípulos parecen un grupo insignificante en medio de la todopoderosa Roma, ellos serán sal de la tierra y luz del mundo. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos cuando se mezcla con los alimentos y curiosamente parece que ha desaparecido. Lo mismo pasa con la luz: solo ilumina cuando la encendemos en medio de la oscuridad o de las tinieblas, nunca a la luz del día.

La sal, en algún tiempo era el dinero de la época. Servía como el frigorífico de hoy para conservar lo importante que eran los alimentos. Les da sabor y permite que los saboreemos con gusto. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. La sal es necesaria.

El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y se deshumanice más todavía. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio, ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.

Pero hay un problema que advierte el propio Jesús: si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos, si nosotros, perdemos nuestra identidad evangélica, ya no ofrece los resultados que quiere el propio Jesús, el cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda completamente anulada y lo más triste es que los cristianos estamos de sobra en esta sociedad cada vez más secularizada. Como decía el Papa Francisco en su viaje a Canadá, lo malo no es la secularización, sino que nosotros no tenemos recursos para actuar en medio de ella.

Lo mismo sucede con la luz. Los discípulos de Jesús tenemos que iluminar el sentido más hondo de la vida si somos capaces de que los demás vean las obras reales de las bienaventuranzas. Por ello no hemos de escondernos, aunque muchos quieran que lo hagamos. Tampoco hemos de hacer las codas para que seamos vistos, sino que hemos de ser y aportar claridad para que los demás y nosotros mismos podamos descubrir el verdadero rostro de Dios.

No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas, ni hacer una Iglesia contra la sociedad, solo una Iglesia que vive el evangelio puede responder al deseo original de Jesús.

Como decía un teólogo ruso (Evdokimov) hacen falta santos que escandalicen porque encarnan el amor loco de Dios, faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.

Por ello es bueno que cuando alguien nos diga si somos sosos o no, que nos planteemos si realmente estamos siendo el sabor evangélico en un mundo cada vez más complicado y que se nos complica más todavía. Ojalá que alumbremos y demos sabor. Ojalá que nadie tenga querecordarnos que somos demasiado sosos.

Hasta la próxima

Paco Mira

 

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