jueves, 31 de marzo de 2022

¿DE VERDAD CREEMOS QUE TIEMPOS PASADOS FUERON MEJORES?

Pues si les digo la verdad, yo también lo creía. Pero cada vez que pasa el tiempo, creo que cada uno tiene, valga la redundancia, su tiempo, su momento, su lugar…. Y cada tiempo y cada lugar y cada momento son distintos, o al menos el ser humano lo ve distintos. Porque en cada uno de nosotros influyen una serie de factores que condicionan nuestra forma de ver la vida. Ninguno tenemos la verdad absoluta, aunque todos podemos y ¿debemos?, opinar de cualquier tema que nos pueda o no influir en nuestra vida. Para ello, los medios de comunicación social se encargan de recordarnos los acontecimientos diarios.

Este fin de semana, la liturgia nos invita a que nos planteemos cuantas piedras somos capaces de coger con el fin de lanzarlas contra cualquiera de nuestros hermanos (se sangre o de fe), la liturgia de este fin de semana nos invita a que seamos capaces o no de señalar con el dedo al “árbol caído”, que es lo más fácil; este fin de semana se nos invita a señalar con el dedo a todos aquellos que nos han hecho plantearnos nuestra vida y que no somos capaces de decir de que no, pero sí de apedrearlos de alguna manera.

El texto nos presenta a una prostituta. Quizás la pecadora por excelencia de aquella época en una sociedad donde el puritanismo hipócrita de los “perfectos” prevalecía ante la ignorancia de un pueblo al que no se le permitía hablar para defender su propia voluntad. Lo curioso de la escena es que Jesús entra en ella en silencio, como quien no quiere la cosa, sin ruido, se agacha, se pone a escribir en el suelo, como si la escena no fuera con él, ante la inminencia de un ajusticiamiento injusto de una mujer, que según la ley, había delinquido.

¡Cuántos dedos acusadores marcamos, en una sociedad hipócrita del siglo XXI!. Hoy nos llevaríamos las manos – y nos las llevamos – a la cabeza por acusar a una mujer que negocia con su cuerpo, sin entrar en el por qué de su situación ni en el por qué lo hace, pero en aquella época se estaba haciendo lo que convenía para la sociedad y las leyes de la época.

Creo que sería bueno que nos planteáramos las veces que nos agachamos para tirar piedras contra otros creyéndonos en posesión de una verdad absoluta, cuando la única verdad la tiene Jesús de Nazaret: “si nadie te acusa, yo tampoco”. ¡Cuántas veces señalamos con el dedo a quienes les reprochamos que no hacen las cosas conforme a las leyes, pero nuestro corazón está a años luz de la ley del evangelio!.

¡Cuántas mujeres hoy en día son señaladas con las piedras de la indiferencia en una Iglesia que cada vez clama más por la igualdad!. ¡ Cuántas mujeres son señaladas con el dedo del olvido en una Iglesia que pretende ser igualitaria!

Jesús, en el suelo de nuestro mundo, escribe con el dedo el nombre de todas y cada una de las mujeres olvidadas e ignoradas en el seno de nuestra Iglesia. Hemos iniciado un camino de sinodalidaddonde hombre y mujeres intentamos, en la base, caminar juntos. Ojalá que también lo hagamos en los organismos de responsabilidad.

Pablo, le escribe a la comunidad de Tesalónica y les dice que “olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante”, por eso comenzaba estas letras pensando si tiempos pasados fueron mejores. Probablemente no. Y no lo fueron desde el momento en que la igualdad no era paridad y la paridad no era igualitaria. ¡Quién esté sin pecado, que tire la primera piedra!. Dice el texto que uno tras otro se fueron alejando de aquel lugar.

El texto del fin de semana pasado nos hablaba de un padre que no miraba la maldad de sus hijos, que esperaba con los brazos abiertos, que le daba igual la vida pasada, “el hijo que estaba muerto, ha vuelto a la vida”. ¡Cuánto tenemos que aprender de nuestro presente forjado en el pasado que a veces no debemos recordar!. Tenemos por delante el futuro que está en nuestras manos. Tenemos por delante un camino que tenemos que recorrer y que el evangelio de este fin de semana nos ayuda a hacerlo. 

No acusemos a nadie; demos a todos las oportunidades que se merecen; no arrojemos piedras inútiles como poseedores de una verdad que no tenemos. Agachémonos ante quien se arrepiente de verdad y si el Padre no le acusa, nosotros no tenemos el derecho de hacerlo.

Hasta la próxima

Paco Mira

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