domingo, 3 de abril de 2016

¿DÓNDE ESTÁN TODOS LOS QUE IBAN A MISA?

¿Dónde están todos los que iban a misa?
 Dudas (me refiero a las de fe) tenemos todos o casi todos, incluido el apóstol Tomás, que pertenecía al grupo escogido de Jesús y que contó con el apoyo de sus compañeros apóstoles. No tenemos, por tanto, que ponernos nerviosos si las dudas llaman a nuestra puerta. Al contrario, lo peligroso es si no nos visitan ni las dudas ni las vacilaciones. 
La fe, concretamente la fe cristiana, implica tres pasos o niveles: tener un mensaje y creer en él.
En segundo lugar, vivirle, practicarlo.
En tercer lugar, celebrarlo a través de lo que llamamos culto, principalmente con la Eucaristía.
Si nos falta alguno de estos tres palos, nuestra fe se tambalea, se empobrece. Algunos insisten mucho en que la fe es un don de Dios, un regalo. Creo que es algo más. ES también una respuesta por parte nuestra a la llamada o invitación de Dios. Si fuera solo actuación de Dios, ¿dónde quedaría la libertad del hombre?

Una pregunta repetida en nuestros días es si en los últimos 25 años se ha perdido la fe o por el contario se ha extendido. El domingo pasado un periódico de Bilbao publicaba un amplio reportaje. Sostenía que la religión es mirada con más simpatía que en años anteriores por un sector del mundo intelectual y ofrecía varios testimonios. Ahí van algunos: un empresario teatral confesaba que “o te salva Dios o no te salva nadie”. Y resumía la receta redentora con estas palabras: “ser justo, ser casto y ser verdadero; no tener dos caras y dejar que Dios te guíe”. Un político manifestaba que “es la fe la que me ha llevado a comprometerme políticamente por la defensa de las personas marginadas”. El mismo personaje añadía: “ser un creyente cristiano no significa ser una fiel oveja de la institución”. Un actor cómico comentaba: ”no dejo de preguntarme ¿dónde están todos los que iban a misa?. ¿Por qué se esconden?”.
Las lecturas litúrgicas de este domingo nos presentan dos comunidades cristianas diferentes (podemos imaginar dos parroquias): la de los apóstoles, entre ellos Tomás, y la de los Hechos. Aquella acobardada, con las puertas cerradas, miedosa. La segunda vitalista, vigorosa, expansiva. En el cambio de Tomás y de su comunidad influyó decisivamente el encuentro de Jesús con Tomás. Éste dejó su actitud chulesca, bravucona y conmovido, emocionado seguro que no fue capaz de meter los dedos en los agujeros de los clavos, ni la mano en la herida abierta en el corazón de Jesús con la lanza. 
Dos detalles: a los ocho días se apareció nuevamente Jesús estando cerradas las puertas y se puso en medio de ellos. Ciertamente cuando Jesús se pone en medio de la vida, entonces la vida de la persona o de la comunidad funciona, se renueva. Por otro lado, Tomás se acercó, llegó a Jesús a través de las heridas, de las cicatrices. Ello nos anuncia que el contacto con el sufrimiento humano despierta y fortalece nuestra fe.
La presencia de Jesús aportó alegría y paz a aquellos discípulos decepcionados. Afirma el evangelio que “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Y tres veces les saludó Jesús con la frase “paz a vosotros”.
Dos virtudes: alegría y paz que tanto necesitamos. Cada vez que oímos o vemos el telediario comprobamos que a esta nuestra sociedad le falta alegría y paz. No podemos, como explicaba el Papa, “ser cristianos de cuaresma sin pascua”, ni ciudadanos sin justicia, base de la paz sólida. 
Que nos acerquemos a Jesús y en agradecimiento a lo que ha hecho por nosotros le digamos más con el corazón que con los labios: “Señor mío y Dios mío”.

Josetxu Canibe

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