¿Dónde
están todos los que iban a misa?
Dudas (me refiero a las de fe) tenemos todos
o casi todos, incluido el apóstol Tomás, que pertenecía al grupo escogido de
Jesús y que contó con el apoyo de sus compañeros apóstoles. No tenemos,
por tanto, que ponernos nerviosos si las dudas llaman a nuestra puerta. Al
contrario, lo peligroso es si no nos visitan ni las dudas ni las
vacilaciones.
La fe, concretamente la fe cristiana,
implica tres pasos o niveles: tener un mensaje y creer en él.
En segundo lugar, vivirle,
practicarlo.
En tercer lugar, celebrarlo a través
de lo que llamamos culto, principalmente con la Eucaristía.
Si nos falta alguno de estos tres palos,
nuestra fe se tambalea, se empobrece. Algunos insisten mucho en que la fe
es un don de Dios, un regalo. Creo que es algo más. ES también una
respuesta por parte nuestra a la llamada o invitación de Dios. Si fuera solo
actuación de Dios, ¿dónde quedaría la libertad del hombre?
Una pregunta repetida en nuestros días es
si en los últimos 25 años se ha perdido la fe o por el contario se ha
extendido. El domingo pasado un periódico de Bilbao publicaba un amplio
reportaje. Sostenía que la religión es mirada con más simpatía que en años
anteriores por un sector del mundo intelectual y ofrecía varios
testimonios. Ahí van algunos: un empresario teatral confesaba que “o
te salva Dios o no te salva nadie”. Y resumía la receta redentora con estas
palabras: “ser justo, ser casto y ser verdadero; no tener dos caras y
dejar que Dios te guíe”. Un político manifestaba que “es la fe la que me
ha llevado a comprometerme políticamente por la defensa de las personas
marginadas”. El mismo personaje añadía: “ser un creyente cristiano no
significa ser una fiel oveja de la institución”. Un actor cómico
comentaba: ”no dejo de preguntarme ¿dónde están todos los que iban a
misa?. ¿Por qué se esconden?”.
Las lecturas litúrgicas de este domingo
nos presentan dos comunidades cristianas diferentes (podemos imaginar dos
parroquias): la de los apóstoles, entre ellos Tomás, y la de los
Hechos. Aquella acobardada, con las puertas cerradas, miedosa. La segunda
vitalista, vigorosa, expansiva. En el cambio de Tomás y de su comunidad influyó
decisivamente el encuentro de Jesús con Tomás. Éste dejó su actitud chulesca,
bravucona y conmovido, emocionado seguro que no fue capaz de meter los dedos en
los agujeros de los clavos, ni la mano en la herida abierta en el corazón de
Jesús con la lanza.
Dos detalles: a los ocho días se
apareció nuevamente Jesús estando cerradas las puertas y se puso en medio de
ellos. Ciertamente cuando Jesús se pone en medio de la vida, entonces la
vida de la persona o de la comunidad funciona, se renueva. Por otro
lado, Tomás se acercó, llegó a Jesús a través de las heridas, de las
cicatrices. Ello nos anuncia que el contacto con el sufrimiento humano
despierta y fortalece nuestra fe.
La presencia de Jesús aportó alegría y paz a aquellos discípulos decepcionados. Afirma el evangelio que “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Y tres veces les saludó Jesús con la frase “paz a vosotros”.
La presencia de Jesús aportó alegría y paz a aquellos discípulos decepcionados. Afirma el evangelio que “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Y tres veces les saludó Jesús con la frase “paz a vosotros”.
Dos virtudes: alegría y paz que tanto
necesitamos. Cada vez que oímos o vemos el telediario comprobamos que a
esta nuestra sociedad le falta alegría y paz. No podemos, como explicaba
el Papa, “ser cristianos de cuaresma sin pascua”, ni ciudadanos sin
justicia, base de la paz sólida.
Que nos acerquemos a Jesús y en
agradecimiento a lo que ha hecho por nosotros le digamos más con el corazón que
con los labios: “Señor mío y Dios mío”.
Josetxu Canibe
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