Jesús
fue considerado por sus contemporáneos como un curador singular. Nadie lo
confunde con los magos o curanderos de la época. Tiene su propio estilo de
curar. No recurre a fuerzas extrañas ni pronuncia conjuros o fórmulas secretas.
No emplea amuletos ni hechizos. Pero cuando se comunica con los enfermos
contagia salud. Los relatos evangélicos van dibujando de muchas maneras su poder
curador. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo, su
fuerza para regenerar lo mejor de cada persona, su capacidad de contagiar su fe
en Dios creaban las condiciones que hacían posible la curación.
Jesús
no ofrece remedios para resolver un problema orgánico. Se acerca a los enfermos
buscando curarlos desde su raíz. No busca solo una mejoría física. La curación
del organismo queda englobada en una sanación más integral y profunda. Jesús no
cura solo enfermedades. Sana la vida enferma.
Los
diferentes relatos lo van subrayando de diversas maneras. Libera a los enfermos
de la soledad y la desconfianza contagiándoles su fe absoluta en Dios:
"Tú, ¿ya crees?". Al mismo tiempo, los rescata de la resignación y la
pasividad, despertando en ellos el deseo de iniciar una vida nueva: "Tú,
¿quieres curarte?".
No
se queda ahí. Jesús los libera de lo que bloquea su vida y la deshumaniza: la
locura, la culpabilidad o la desesperanza. Les ofrece gratuitamente el perdón,
la paz y la bendición de Dios. Los enfermos encuentran en él algo que no les
ofrecen los curanderos populares: una relación nueva con Dios que los ayudará a
vivir con más dignidad y confianza.
Marcos
narra la curación de un paralítico en el interior de la casa donde vive Jesús
en Cafarnaún. Es el ejemplo más significativo para destacar la profundidad de
su fuerza curadora. Venciendo toda clase de obstáculos, cuatro vecinos logran
traer hasta los pies de Jesús a un amigo paralítico.
Jesús
interrumpe su predicación y fija su mirada en él. ¿Dónde está el origen de esa
parálisis? ¿Qué miedos, heridas, fracasos y oscuras culpabilidades están
bloqueando su vida? El enfermo no dice nada, no se mueve. Allí está, ante
Jesús, atado a su camilla.
¿Qué
necesita este ser humano para ponerse en pie y seguir caminando? Jesús le habla
con ternura de madre: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Deja de
atormentarte. Confía en Dios. Acoge su perdón y su paz. Atrévete a levantarte
de tus errores y tu pecado. Cuántas personas necesitan ser curadas por dentro.
¿Quién les ayudará a ponerse en contacto con un Jesús curador?
José
Antonio Pagola
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