Mientras unos tienen para
comer y elegir que comer, otros pasan verdaderas dificultades para alimentarse
y comer lo que pueda llegar a su alcance. ¡Unos tantos y otros tan poco! Son
las contradicciones de este mundo tan desigual e injusto para unos y fácil y
abundante para otros. De cualquier forma el hambre y la sed siempre están ahí y
por mucho que nos saciemos siempre estaremos ansiosos y necesitados de volver a
comer.
No obstante,
experimentamos hambre y sed de no padecer más la insatisfacción ni el deseo de
sentirnos necesitados de comer. Buscamos esa fuente inagotable y eterna que nos
satisfaga, valga la redundancia, eternamente de comer los sin sabores de esta
vida, de padecer no sólo hambre sino enfermedad, deterioro y ansías de
felicidad y paz. Del cansancio de la rutina, del trabajo diario y del esfuerzo
de buscar y buscar sin encontrar el equilibrio y la paz anhelada.
¡Dadnos Señor esa Agua que
mana de la fuente eterna de tu Gracia para no sentir nunca más sed! Danos esa
fe samaritana para que, al igual que esa mujer, corramos a proclamar que te
hemos visto y hallado y experimentado los efectos de esa Agua que nos sacia
eternamente.
Porque Tú Señor eres el
Mesías que has de venir, el que se ha quedado bajo las especies de pan y vino
para ser mi alimento diario, mi sustento de cada día y mi fuente de vida
eterna. Amén
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