¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Hay un cuento muy conocido (con diferentes versiones) sobre dos albañiles que están levantando un muro. Una persona le pregunta a uno de ellos qué está haciendo y le responde con resignación: ‘Pues poner ladrillos. Es duro, pero con algo hay que ganarse la vida’. Un poco después la misma persona pregunta al otro albañil qué está haciendo, y éste le responde con ánimo alegre: ‘Estoy construyendo una catedral’. El trabajo es el mismo para los dos, pero lo viven de forma completamente diferente: mientras que para el primero es un trabajo pesado y rutinario cuyo único fin es ganar el sueldo, para el segundo ese trabajo pesado y rutinario tiene un objetivo, una meta más grande, y eso le proporciona satisfacción porque da sentido al esfuerzo que está realizando.
En la primera lectura hemos escuchado un pasaje de la historia de Abrán. Él había obedecido a la llamada del Señor: «sal de tu tierra... y vete a la tierra que yo te indicaré» (Gn 12,1); había escuchado en varias ocasiones la promesa que Dios le hacía de darle descendencia y tierra (12,7; 13; 15) y «creyó al Señor». Y hoy hemos escuchado el momento en que el Señor concertó una alianza con Abrán, éste prepara todo lo que Dios le dice (una novilla, una cabra, un carnero, una tórtola y un pichón), lo dispone del modo correcto (lo cortó por el medio, colocando cada mitad una al frente de la otra), cuida de que no se estropee (los buitres bajaban y Abraham los espantaba)... Está haciendo lo que Dios le pide, Dios se le está manifestando (una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados) pero no lo está disfrutando, al contrario: «un terror intenso y oscuro cayó sobre él». Abrahám está viviendo todo esto en negativo.
En el Evangelio, por el contrario, hemos escuchado el texto de la transfiguración: «tomó Jesús a Pedro, a Juan, y a Santiago y subió a lo alto de un monte». Los discípulos, como Abrahám, también habían obedecido a la llamada del Señor: «y dejándolo todo, lo siguieron», habían escuchado su predicación, le visto realizar varios milagros y ahora tienen la experiencia de la transfiguración de Jesús... «y ellos vieron su gloria». Pero esta manifestación de Jesús, al contrario que en el caso de Abrahám, no les produce terror, sino que hace exclamar a Pedro, ¡qué bien se está aquí!. Lo están viviendo en positivo. ¿qué es lo que provoca esta reacción en positivo?. Que ellos no sólo estan cumpliendo lo que Jesús les pide, sino que subieron al monte con Jesús para orar y por eso espabilaron.
Como dijimos el Miércoles de Ceniza, la oración es uno de los pilares maestros, no sólo de la Cuaresma, sino de toda la vida cristiana. Una oración no entendida como ‘rezos que debo hacer’, sino diálogo con Dios. La conversión cuaresmal nos llama a buscar nuestro ‘monte’, para orar; no hace falta que sea un tiempo prolongado, pero sí un tiempo ‘para el Señor’, tranquilo, sin prisas, sin interrupciones. La oración será la que nos hará enfocar nuestra vida cristiana en positivo, sin ‘miedos’, sin verla como una ‘obligación’ ni menos como una carga. La oración nos permite vislumbrar la meta de gloria a la que estamos llamados, como decía la 2ª lectura: “Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso…” La oración da sentido a nuestra acción.
Así se encuentran aquellos discípulos a los que Jesús ha alejado del ruido y la agitación, para conducirlos a lo alto de una montaña a orar. Se asustan al entrar en la nube que comienza a cubrirlos. Su temor sólo desaparece cuando, desde el interior de la nube, escuchan una voz que les dice «este es mi Hijo, el escogido, escúchenle».
El creyente nunca está solo en su silencio. Alguien lo acompaña y sostiene desde dentro. Siempre puede escuchar esa voz de Jesucristo que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestro pecado y despierta de nuevo en nosotros la esperanza.
Hasta la próxima
Paco Mira
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