“Ánimo, levántate que te llama”. Aquel ciego oyó esas voces y reaccionó acercándose a Jesús. Los que antes le invitaban a callarse son los que ahora, mandados por Ti, invitan al ciego. Gracias, Señor, por los que alguna vez en mi vida me han dicho lo mismo con palabras diferentes. Gracias por los que no han estorbado, ni me han impedido oír tu voz, Señor. Gracias por los que ponen a las personas en el camino por donde pasas. Cada uno tiene que clamar por su propia ceguera; descubrirla, aceptarla y ponerla ante Dios. Qué hermoso saber que hay personas que te ayudan a clamar a Jesús y pedirle que tenga compasión. Señor, ciego soy en muchos aspectos de la vida. Me has curado de muchas cegueras, pero mis ojos vuelven en ocasiones a estar turbios. Y eso me hace salirme del camino, ponerme en la orilla, mendigar cosas que no terminan de satisfacer el corazón. “Hijo de David, ten compasión de mí”, decía aquel ciego. No se puede decir más con menos palabras. Ten compasión de mí, te lo repito, ten compasión de mí. Y entonces Jesús habla: “llámenlo”. Y las voces que antes negaban cambian la candencia y dicen:” ánimo que te llama”. Ojalá que yo dé un salto, y me ponga ante ti sin importarme dejar mantos, títulos, historias viejas, rencores o tantas comodidades. Ligero de equipaje para correr hacia ti, Señor. Y de nuevo escuchar tu voz: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y responder lo mismo: “Señor, que pueda ver”. Mis ojos, mis pobres ojos, los hiciste para ver no para llorar. Haz que separ adivinar entre las sombras la luz, que nunca me ciegue el mal, no olvide que existes Tú. Sostén ahora mi fe, pues, cuando llegue a tu hogar con mis ojos te veré y mi llanto cesará.
sábado, 26 de octubre de 2024
Oración con el evangelio de este fin de semana.
“Ánimo, levántate que te llama”. Aquel ciego oyó esas voces y reaccionó acercándose a Jesús. Los que antes le invitaban a callarse son los que ahora, mandados por Ti, invitan al ciego. Gracias, Señor, por los que alguna vez en mi vida me han dicho lo mismo con palabras diferentes. Gracias por los que no han estorbado, ni me han impedido oír tu voz, Señor. Gracias por los que ponen a las personas en el camino por donde pasas. Cada uno tiene que clamar por su propia ceguera; descubrirla, aceptarla y ponerla ante Dios. Qué hermoso saber que hay personas que te ayudan a clamar a Jesús y pedirle que tenga compasión. Señor, ciego soy en muchos aspectos de la vida. Me has curado de muchas cegueras, pero mis ojos vuelven en ocasiones a estar turbios. Y eso me hace salirme del camino, ponerme en la orilla, mendigar cosas que no terminan de satisfacer el corazón. “Hijo de David, ten compasión de mí”, decía aquel ciego. No se puede decir más con menos palabras. Ten compasión de mí, te lo repito, ten compasión de mí. Y entonces Jesús habla: “llámenlo”. Y las voces que antes negaban cambian la candencia y dicen:” ánimo que te llama”. Ojalá que yo dé un salto, y me ponga ante ti sin importarme dejar mantos, títulos, historias viejas, rencores o tantas comodidades. Ligero de equipaje para correr hacia ti, Señor. Y de nuevo escuchar tu voz: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y responder lo mismo: “Señor, que pueda ver”. Mis ojos, mis pobres ojos, los hiciste para ver no para llorar. Haz que separ adivinar entre las sombras la luz, que nunca me ciegue el mal, no olvide que existes Tú. Sostén ahora mi fe, pues, cuando llegue a tu hogar con mis ojos te veré y mi llanto cesará.
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