A veces da la impresión de que seguir a Jesús de Nazaret es como un castigo o como una exigencia que pesa sobre los hombros de los cristianos. Es decir, por ser cristiano hay que cumplir con unos mandamientos y seguir un comportamiento moral que nos obliga a muchas renuncias: la eucaristía se convierte en un precepto que procuro quitarme de encima cuanto antes, el sábado por la tarde, para tener el domingo libre; y hasta los compromisos que adquiero en la parroquia comienzan con una ilusión enorme, pero se acaban viviendo como una carga que conlleva demasiado trabajo y pocas satisfacciones. En el momento en que empezamos a tener reuniones, o cursos de formación...ya la tarea evangelizadora se empieza a ensombrecer.
Valientes son a los que hoy recordamos en la Iglesia universal. A los misioneros. En el evangelio vemos que Santiago y Juan están viviendo el seguimiento de Jesús como una exigencia que les pesa, por eso piden sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda y Jesús les responde, que el que quiera ser el primero que sea el último. Jesús quiere que sus discípulos de entonces y los de ahora, comprendamos que seguirle, es exigente, pero que esa exigencia no hemos de vivirla como una carga o un castigo, sino que, cuando la aceptamos, como respuesta a la llamada de Dios, puede tener un poder transformador, precisamente por la entrega y el sacrificio.
Las palabras de Jesús van dirigidas a todos nosotros, pero hoy nos sirven para valorar y agradecer el trabajo de algunos miembros de la Iglesia que están anunciando el evangelio en territorios lejanos: los misioneros. Los misioneros padecen con quienes viven en situaciones de pobreza, tanto material como la mayor pobreza que es no conocer a Cristo. Por eso,no buscan puestos de honor allí donde son enviados, sino que se hacen servidores y trabajan y sufren para que otros puedan conocer, amar y seguir a Jesús de Nazaret.
Jesús dice que el que quiera ser grande, por eso hoy me quiero acordar de aquellos misioneroscuyos nombres no vienen en los periódicos. Nadie les cede el paso en ningún lugar, que no tienen títulos ni cuentas bancarias, pero son grandes. Tienen algo que no se puede comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura, compasión hacia el necesitado.
Hombres y mujeres del montón, misioneros de la vida, gentes de a pie a los que pocos valoran, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a su alrededor. Personas sencillas y buenas que sólo saben vivir echando una mano y haciendo el bien a quien lo necesita. Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano cercana.
Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus juegos y descubrir de nuevo la vida junto a ellos. Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría. Mujeres que no tienen precio pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan para enfrentrarse a la vida. Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en los mil roces de la vida.
Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al servicio de los demás.
Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre paso en nuestros barrios y hogares la energía más antigua y genuina: la energía del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito y duro, donde sólo parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en que brota la amistad, la reciprocidad y mutua ayuda. No usan los puños ni gritan muchas palabras. No se pierden en discursos y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien la necesite.
Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente no se les hará grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes porque son humanos. Ahí está su grandeza. Dios los lleva grabados en su corazón.
Gracias a los misioneros de la vida
Hasta la próxima
Paco Mira
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