Señor hace tiempo que estoy matriculado en tu escuela como discípulo tuyo.
A veces he creído que ya lo sé todo de Ti y con humildad he tenido que reconocer que tengo fallos garrafales, olvidos sonoros, e incoherencias llamativas.
Ser Tu discípulo es un gozo, pero también una gran responsabilidad. Tengo que repasar siempre Tus actuaciones en el evangelio, Tu manera de actuar y de responder, para que en el repaso continuo, quede grabada Tu actuación en mi memoria interior. Esa memoria interior que se ve dañada en ocasiones con las respuestas al uso que no corresponden con Tu estilo.
Limpiar mi memoria en la meditación de Tu evangelio me da frescura de discípulo.
Con esa memoria guardada y actualizada en el corazón afronto la vida, recorro caminos, sacando de la despensa de mi interior lo que he oído en Tu palabra y lo que me sugiere tu Espíritu. Cada día intento ser discípulo misionero. Discípulo porque aprendo, misionero porque doy de lo aprendido.
A veces quiero estar más preparado, tener mejor técnica y dotarme de argumentos que convenzan.
Y, sin embargo, me envías ligero de equipaje, con el bastón de Tu presencia que me sostiene, y las sandalias de caminante.
No puedo dejar de hablar de Ti y de actuar en tu nombre.
No me puedo entretener con lo que me deja vacío y sin rumbo.
No me puedo parar o alejarme demasiado porque termino perdiendo el norte. Y aquí regreso, cada domingo para volver a ser por un rato discípulo, para revisar lo que he hecho, contemplar lo que he construido, y en Tu nombre volver a la vida anunciando el Reino; esa cercanía tuya de perdón y misericordia.
Porque confías en mi me mandas de nuevo a la vida. Y parto en Tu Nombre con la memoria interior de Tu Palabra y de Tu estilo, y llevándote dentro.
En Tu Nombre retomo la vida Señor.
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