Un pastor es la persona que cuida de un rebaño, y un rebaño es un conjunto de cabezas de ganado. Pero la palabra rebaño es utilizada en sentido despectivo para referirse a una masa anónima de personas, sin ideas propias, manipulable... y a menudo, la sociedad en que vivimos, y por tanto nosotro smismos, se parece en muchos aspectos a un rebaño: no hay un rumbo fijo, ni una meta definida, sino que se vive al día, sin grandes planes, sin esperanza, sólo buscando momentos gratificantes.
También nos falta capacidad de reflexión y crítica para discernir y, por eso, abundan pastores (aunque ahora se llamen influencers o coaches) que se aprovechan de la necesidad de esperanza de la gente para conseguir miles de seguidorees que, de un modo irreflexivo, adoptan ideas y se dejan llevar por lo que estos nuevos pastores les dicen.
En el evangelio hemos escuchado que Jesús vio una multitud y se compadeció de ella porque andaban como ovejas que no tienen pastor. Jesús ve la realidad de su tiempo: no faltaban falsos pastores, que se presentaban como el Mesías para liberar al pueblo de la dominación romana; también muchos de los pastores oficiales (sacerdotes del templo, escribas, fariseos...) dejaban mucho que desear, como lo había anunciado el profeta Jeremías: “«ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño», por eso no es de extrañar que la gente ya no supiera a qué atenerse, y por eso andaban por la vida sin rumbo fijo, como ovejas sin pastor y fácilmente manipulables.
Por eso Jesús, no ve un rebaño; ve a una multitud de personas que, aunque no lo expresen, sufren por esa falta de rumbo y de meta para su vida; por eso se puso a enseñarles muchas cosas.
El evangelio de hoy nos hace varias llamadas: una que pensemos si somos rebaño, si vivimos como ovejas que no tienen pastor, sin un rumbo ni meta definidos; si me dejo llevar de un modo irreflexivo por las opiniones o criterios de otros en todas las dimensiones de mi vida.
Por otra parte Jesús dice que vio a la gente y le dio lástima. Hay un refrán que dice que hay miradas que hablan por sí mismas. Esta semana se ha hecho viral la respuesta del seleccionador nacional de fútbol Luis de la Fuente cuando confesó públicamente que se presignaba antes de cada partido y que no era un gesto de superstición, sino un acto de fe. ¡Cuántas supersticiones tenemos que superar y suplirlas por gestos de fe!. ¿Cómo miramos nosotros a la gente que nos rodea?.¿Es despreciativa e indiferente o compasiva como la de Jesús?. La realidad que estamos viviendo a nivel migratorio, nos reta en la mirada.
Es una pregunta, la anterior, que nos lleva a plantearnos qué puedo enseñar a otros. Porque no nos olvidemos que por el Bautismo, estamos llamados a ser pastores. Y, aunque en cada lugar y circunstancia ese enseñar se concretará de formas diversas, hay algo básico para proponer a la gente que nos rodea, un rumbo fijo y una meta definida: la esperanza que es lo último que se pierde.
Y el fundamento de la esperanza es la de compartir la vida plena en el regazo de padre Dios. Tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirige a un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Jesús muerto, pero sobre todo resucitado es el centro de nuestra fe.
El profeta Jeremías es un hombre al que la vida no le sonrió en exceso, pero que supo mantenenerse fiel a quien le había encomendado su tarea. Quizás nosotros no tenemos muy claro dicha tarea.
La vida cristiana es un camino, que necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús». El próximo Jubileo será para todos una ocasión de reavivar y anunciar la esperanza, «para poder exclamar, ya desde ahora: Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás».
Hasta la próxima
Paco Mira
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