Oración con los textos de este domingo V de Pascua.
Señor, hace unos domingos recordaba una estrofa de una oración que hacemos muchos cada vez que comulgamos: “dentro de tus llagas escóndeme”. Y la oración sigue diciendo, “y no permitas que me aparte de ti”.
Ahora te la vuelvo repetir con insistencia y con mayor conciencia: no permitas que me aparte de ti.
El mundo que me ha tocado vivir es difícil y los problemas se enquistan: no permites que me aparte de ti.
La vida me ofrece posibilidades y razones para pasar por alto alguna página de tu evangelio: no permitas que me aparte de ti.
El mundo de las relaciones humanas es complejo, y los roces y desencuentros aparecen sin esperarlos: no permitas que me aparte de ti.
El corazón ama de manera desinteresada y en ocasiones sueña con una respuesta en consonancia, y no la encuentra: no permitas que me aparte de ti.
En ocasiones malinterpretan lo que hago y le dan vueltas sin sentido: no permitas que me aparte de ti. Mostrarme cristiano es -algunos ambientes- activar un mecanismo de defensa e ironía violenta: no permitas que me aparte de ti.
La comunidad cristiana en la que participo tiene muchos defectos, y en ocasiones tengo la tentación de alejarme, y vivir la fe de flor en flor para sentirme mejor: no permitas que me aparte de ti.
No he terminado de superar momentos difíciles que me han presentado en la vida, y de nuevo tengo que enfrentarme a un nuevo reto lleno de incertidumbres: no permitas que me aparte de ti.
Lucho por ser mejor persona, y en ocasiones me avergüenzo porque aparecen sombras egoístas que me dominan: no permitas que me aparte de ti.
Cada día, Señor, esta pequeña súplica me parece nueva y conveniente. Que no me canse de pedirla, hasta con lágrimas e insistencia.
De tu amistad nunca dudo, pero de mis fuerzas desconfío.
Por eso te digo una vez más. No permitas que me aparte de ti.
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