Dios, con
nosotros, tiene esa gran habilidad: la de cambiarnos lo planes de tal manera
que siempre nos tiene con la mosca detrás de la oreja y no sabemos como podemos
reaccionar. Ya el profeta Isaías, dice que mis planes no son sus planes. Y con
esta contrariedad tenemos que entender el evangelio de esta semana. Si los
sindicatos fueran a celebrar la eucaristía este fin de semana (que por otra
parte no vendría mal ya que defienden con justicia los intereses de los
trabajadores), probablemente denunciarían al capataz del relato por pagar lo
mismo a quien trabaja todo el día como al que trabaja media jordana: ¡pues anda
que en nuestra bendita tierra no se dan este tipo de situaciones!.: seguro que
proclamaríamos que es injusto y es un atropello.
Pero en la
"empresa" de Jesús, la noción de justicia va más allá de lo que
nosotros entendemos por la misma y de dar a cada uno lo que le corresponde, que
también. Pero la justicia que propugna nuestro Padre, optar por la justicia del
Reino es optar por un nuevo modelo de relaciones entre las personas y los
pueblos, en el que el interés propio cede ante el bien común. El afán de lucro
cede ante la búsqueda de condiciones más humanas para los millones de personas
que, precisamente una economía sin corazón ha dejado tirados a la vera del
camino y donde las personas más allá de ser objetos y clientes de la economía
del mercado y del consumo, recobran su valor intrínseco. Precisamente el covid
ha puesto al descubierto una economía con escaso valor humano: residencias de
ancianos que dejan de ser personas para convertirse en objetos de lucro; colas
interminables ante los centros de acogida para poder llenar estómagos vacíos;
migrantes que llegan por una situación complicada en su origen y nosotros les
damos la espalda porque nos vienen a ocupar un terreno que no les corresponde;
gente que no puede pagar a fin de mes una vivienda digna (que es un derecho
fundamental) y se ven abocados a vivir a la intemperie.... y así podríamos
seguir narrando.
Optar por la
justicia del Reino, es ser capaces de dejar entrar en nuestros corazones a los
preferidos de Dios: los pobres. Ellos necesitan la desmesura del amor y no
quisiéramos ser nosotros los que, dejándonos llevar
por la envidia,
le pusiéramos freno, o que en algún momento nos viéramos en esa tesitura y nos
trataran de la misma manera.
No quisiera
terminar sin tener un recuerdo cariñoso para mi amigo Carmelo Pérez. Un hombre
bueno y justo. Un hombre al que todo el mundo quería. Un hombre que supo llevar
el amor de Dios y su justicia a las aulas en las que estuvo dando clase a lo
largo de muchos años. Carmelo, tú escribías la historia de tu pueblo, ahora los
demás escribimos la tuya. Gracias por dejarnos tu legado, tu amistar y tu
cercanía.
Hasta la próxima
Paco Mira
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