No se puede salir a la calle. Aquí no entra aquello de "poder puedo, pero no debo". Es verdad la frase, pero las multas desaconsejan el que lo intentemos y sobre todo por convencimiento personal que hay cosas en la vida que hay que cumplir y que no pasa nada por quedarnos.
Cuántos de nosotros hemos dicho en alguna ocasión: ¡tengo unas ganas locas de quedarme en casa un tiempo! y no solamente quedarnos en casa sino con las puertas y ventanas cerradas. Pero claro al principio todo era maravilloso, sobre todo la primera semana, pero en la medida en que van cayendo los días, esto - a algunos - se les hace interminable: ¿cuando podremos salir a la calle?.
El quedarse en casa puede ser una buena oportunidad para fomentar aquello que normalmente a lo largo del año no practicamos: el dialogo familiar, el interesarnos por problemas del que tenemos al lado, compartir la fe aunque sea por los medios de comunicación social, echar en falta aquello que normalmente tenemos y ahora no podemos tener, habituarnos a ciertas costumbres que en condiciones normales no haríamos, etc...
Pero claro si eso lo hacemos por miedo, pues mala es la cosa. Si lo hacemos por miedo a contagiarnos - por ejemplo - no tiene sentido el punto anterior puesto que lo que hacemos es engañarnos a nosotros mismos. Si solamente fomentamos el diálogo familiar, o la comunicación por miedo, pues no sirve de mucho. Hay que tener cierta valentía para hacerlo a lo largo de todo el año y no solamente en períodos de confinamiento. Hay que saborear los encierros aunque estos sean por causa de un virus.
Algo parecido me da la impresión que les sucedió a aquellos amigos que se habían quedado huérfanos de su gran amigo que les había marcado sus vidas para siempre. Tal les dejó marcada la vida que a raíz de aquel momento ésta cambió por completo. Pero... tenían miedo. Un miedo que les lleva a encerrarse, un miedo que les lleva a recluirse en sí mismos, un miedo que les lleva a no gritar una realidad en la que ellos habían creído: que había resucitado.
Hoy nosotros también tenemos miedo. Muchos tienen miedo. Cerca de veinte mil personas ya se han ido con Padre Dios y no sabemos cuántos más se van a ir dentro de poco. Esta crisis nos ha demostrado lo que el Papa nos ha dicho. ¡qué vulnerabilidad tiene la vida del hombre!. Pensamos que con haber ido a la luna, que con tener el móvil más sofisticado que existe, que podemos hablar con cualquier país del mundo en tiempo real.. y sin embargo la insignificancia de un virus.... nos ha tumbado
Aquellos hombres que nos presenta el libro de los Hechos como de una vida idílica, cosa que yo no me creo tanto, igual que nosotros hoy, en nuestro encierro, también hay quien nos dice "la paz esté con ustedes". Una paz representada en la sonrisa y alegría resucitada de tantos y tantos sanitarios
que aún contagiados del mismo virus siguen dando su vida, cual Jesús de Nazaret, para seguir salvando vidas; Una paz que se convierte en aplauso resucitado cuando cada uno de los enfermos abandonan un hospital y quienes les han atendido se lo agradecen (cuando a lo mejor debería ser al revés); una paz que se convierte en un himno resucitado cuando cantamos resistiremos ante las adversidades de la vida, puesto que la muerte no tiene la última palabra como nos lo ha recordado Jesús de Nazaret.
Sigamos en la lucha. Y si tenemos que ser como Tomás y meter la mano, que no nos tiemble el pulso y hagámoslo porque la resurrección es el santo y seña de nuestra identidad de cristianos. Saboreemos, desde el confinamiento, (del encierro), la resurrección de Jesús en los pequeños detalles.
Hasta la próxima
Paco Mira
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