Creo que no harían falta, en la vida, diferentes cosas que se dan por hechas. ¿Por qué la gente tiene que dudar de mi palabra?, ¿por qué la gente no me cree si no tengo un aval o garantía de lo que me comprometo?. Probablemente si yo a mis alumnos les pregunto si van a estudiar y así no ponerles examen seguro que me dicen que si, aunque no tendría la certeza que lo fueran a cumplir. Pero ¿por qué?. Creo que es algo consustancial al ser humano el ¿mentir, engañar....?. Y si no tenemos la muestra en muchos de nuestros políticos, que nos prometen algo que de antemano saben que no van a cumplir, y sobre todo cuando se trata no de palabras sino de hechos.
El evangelio de este fin de semana, va en la línea del no engaño. Va en la línea de creernos aquello de lo que estamos convencidos, pero no de palabra, sino con nuestras obras. "Esta Palabra se ha cumplido en mí", dice el propio Jesús. Mi pregunta es: Paco, ¿la palabra de Dios, sin palabras, sino con hechos, se cumple a diario en tí?. Probablemente no. Seguro que no. Pero cada vez más me doy cuenta que el propio Jesús nos da infinidad de oportunidades para que eso se haga realidad.
Somos hombres y mujeres que, habitados por el Espíritu, nos consagramos como colaboradores de la misión de Jesús. Los discípulos de Jesús viven su cotidianidad desde la espiritualidad del éxodo que los lanza a salir de su propio amor, querer e interés para buscar y hallar lo que más ayuda a todas y todos. El discípulo de Jesús no es una persona auto referenciada que trabaja por su propia santificación y se pasa las horas contemplándose a sí mismo, su mirada, que trasciende hacia los demás, lo conmueve y lo mueve a implicarse en el proyecto de Jesús. Tenemos y debemos desplegar, como Jesús, el pergamino de nuestra vida
Desplegar el pergamino de nuestra vida significa ser portadores de la Buena Noticia. En medio de un mundo lleno de malas noticias los cristianos estamos llamados a ser testigos, a tiempo y a destiempo, de buenas nuevas para el pueblo. Una buena nueva que surge de nuestra convicción de la solidaridad de Dios con nuestra vida y nuestra historia y de la certeza de que cuando nos unimos en torno a causas justas podemos rehacer la historia y escribir páginas pletóricas de vida y amor. La buena noticia, de la que somos portadores, no se limita al anuncio de unas ideas y valores como para lanzar al aire un “Telediario de la Esperanza”, es, sobre todo, una práctica y un compromiso que hace de esas ideas y valores una fuerza transformadora de la realidad.
Hemos de ser agentes de liberación. Sería ingenuo desconocer la existencia de cientos de cadenas que nos atan y hacen torpe nuestro andar. Nos roba la libertad la cadena del odio que hace que veamos en el otro un potencial enemigo y no un hermano. Nos roba la libertad la cadena del pensamiento único y monocromático que no nos deja reconocer el valor de la diversidad poniendo barreras al que piensa y siente distinto. Nos roba la libertad la cadena de la soberbia y el orgullo que nos hace creer superiores y con derecho a descartar a cientos de miles de hermanos y hermanas. Nos roba
la libertad la cadena del engaño y la mentira con su larga estela de corrupción. Nos roba la libertad la cadena de la ceguera que nos encierra en nuestros aposentos impolutos y confortables impidiendo que nos hagamos cargo de la realidad. ¡Los discípulos del Maestro estamos llamados a romper cadenas y a gritar libertad!. Hoy, más que nunca tenemos que animar a los niños a ser misioneros, a llevar la buena noticia a los que más lo necesitan, porque es la Infancia Misionera, ser testigos de gracia.
Ser testigos de la gracia. Ser testigos del año de gracia del Señor, perdónenme la simplicidad, es ser capaces de anunciar con nuestra palabra y nuestra vida que Dios está con nosotros, habita la historia y camina con su pueblo. No estamos solos en la tarea de hacer de este mundo un lugar amigable y amable para todos. Dios se ha hecho nuestro cómplice, nuestro compañero y nuestro amigo y esa es la mayor gracia con la que podemos contar. Somos un pueblo habitado por Dios.
Para terminar dejo una invitación: cuando Jesús terminó dijo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. ¿Será que entre todas y todos podemos decir que esa Escritura se cumple hoy?
Hasta la próxima
Paco Mira
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