Van cerca de 40 años que una gran
cantante - según decían las crónicas de la época - desaparecía a los 27 años,
víctima de un accidente. Una de sus canciones, quizás también fruto de la época
que estábamos viviendo (fin de la dictadura, elecciones democráticas,
elaboración de una constitución democrática, etc...), favoritas era Mi querida
España, esa España mía, esa
España nuestra. Esta canción me viene a la mente por lo que celebramos este
fin de semana, el día de la Iglesia Diocesana, en la que podemos hacer nuestra
la letra de aquella canción pero cambiando la letra: mi querida Iglesia, esa Iglesia mía, esa Iglesia nuestra.
Claro que sí. La Iglesia Diocesana,
no es propiedad privada, cual coto de caza de gente rica. La Iglesia Diocesana,
es la Iglesia tuya y mía; es la Iglesia nuestra que compartimos a diario o
semanalmente. La Iglesia de todos y cada uno de los compartimos una misma fe en
Jesús de Nazaret. Una Iglesia con sus luces y con sus sombras - gracias a Dios
-; una Iglesia con sus errores y con sus fallos - menos mal -; una Iglesia
imperfecta compuesta por hombres y mujeres que se equivocan, que caen y vuelven
a levantarse probablemente con la intención de no volver a recaer, pero que sí
lo hacen.
Por eso la quiero. Y la quiero tal y
como es. La quiero con esa lucha diaria por ser mejor. La quiero con las
imperfecciones y con los aciertos; la quiero porque se cae y tiene la capacidad
de pedir perdón y volver a levantarse. La quiero porque hace como las vírgenes
que siempre tiene las velas encendidas
porque quiere esperar al Maestro, porque
no sabemos ni el día ni la hora, pero sabemos que tiene que tocar y nos tiene
que encontrar preparados.
También quiero a esa Iglesia que de
vez en cuando tiene lucha interna, porque en la discusión y en el debate
caminamos hacia delante; también quiero a esa Iglesia que sueña, como María en
los caminos que llevan a Belén: sueña con mayor participación de los seglares
en todas y cada una de las tareas; sueña con mayor participación de la mujer
incluida las tareas de coordinación y gobierno; quiero a esa Iglesia que sueña
con muchos Obispos, cardenales, párrocos abiertos a los signos de los tiempos,
abiertos a nuevos caminos que lleven al verdadero rostro de Jesús de Nazaret.
Quiero que mi Iglesia sueñe con los
pobres. Pobres que son su santo y seña; pobres que son la identidad de un
mensaje de un hombre, que por nosotros acabó pobre en la madera de una cruz
desnuda; Quiero una Iglesia que mime y cuide a los ancianos, a los enfermos, a
los que nos han marcado la hoja de ruta a lo largo de la historia y que ahora
dependen de nosotros y parece que muchas veces no tienen cabida en nuestras
comunidades.
Quiero que mi Iglesia sueñe con los
ojos abiertos para cuidar nuestras comunidades, para cuidar nuestras liturgias,
nuestros espacios de oración, nuestras celebraciones; quiero que mi Iglesia se
adelante a los acontecimientos de la vida y de la historia y que no vaya detrás
de ellos. Sueño con que mi Iglesia cuide y mime a los mayores, a los enfermos,
a los que han forjado con sudor lo que hoy somos y tenemos.
Muchos de los programas de la tv de
hoy, (gracias a
Dios) hablan de esfuerzo, de sacrificio, de entrega, de
preparación (Me quiero acordar de pasapalabra, de masterchef, de saber y
ganar….). Es por ello que todavía tenemos que estar preparados para ciertas
cosas en la vida, de ahí que como las vírgenes del evangelio hemos de tener las
lámparas encendidas, hemos de estar atentos. Hemos de tener las lámparas
encendidas para que nuestra Iglesia no desfallezca, no decaiga; para que seamos
capaces de ayudarla a levantarse cuando tropieza y seamos capaces de aplaudirle
cuando los vientos sean favorables.
Hasta la próxima
Paco Mira
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